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El tiempo libre y los estudios de los hijos Luis Albás Mínguez (Jun 01, 2013) Orientación Familiar |
Pudiera parecer, a simple vista, que no existe ninguna relación entre el éxito en los estudios de los hijos y el modo en que estos emplean su tiempo libre. Es erróneo creer que carece de importancia, que no influyen el uno sobre el otro. Veamos por qué.
Buenos estudiantes. Muchas familias presumen, y con razón, de tener hijos que sacan buenas notas, que estudian y hacen los deberes todos los días, que dedican diariamente y con gusto a leer, un rato. Se acuestan pronto, a su hora, para levantarse descansados y bien dormidos.
Ven muy poca televisión y, si lo hacen, los fines de semana, en familia, con sus padres y hermanos y con algunos amigos que se añade a esas tertulias (con merienda incluida), previa elección de aquellas programas o películas adecuadas a su edad e intereses, que comentan participando todos, sobre todo, los hijos. Alternativamente, los fines de semana, programan excursiones al campo, a la montaña, conectando con la naturaleza, descubriendo sus misterios y retos, conociendo la historia, arte y cultura de las regiones que visitan. Y, a veces, descubriendo sus potenciales habilidades para la fotografía, la pintura o la literatura (hacer descripciones, narraciones, etc.) O bien, acompañando a sus hijos en actividades deportivas (baloncesto, futbol, balón-mano …)
Hemos descrito, hasta ahora, los hábitos de familias con hijos pequeños, hasta los 11 o 12 años. Pero, ¿qué ocurre en la edad de la pre-adolescencia y la adolescencia? Lo que ocurre es que se comienzan a romper dichos hábitos. Los hijos, en estas edades, por imperativo de su desarrollo personal: físico, psicológico y social, en primer lugar, pero, sobre todo, por las influencias que reciben del exterior, quieren pasar de ser niños a ser mayores. Desean descubrir lo nuevo, lo distinto, aquello que oye y ve que es diferente, lo que hacen los mayores, y quieren conocerlo. Aparecen los enamoramientos, los intereses y secretos de la sexualidad, las incógnitas del tabaco, el alcohol y las drogas. Pero, frecuentemente, lo que no saben es los peligros que esconde todo anterior. Y se vuelven imprudentes.
Aparecen las rebeldías, las mentiras o medias verdades, la desobediencia, el desorden, sobre todo mental. Saben que no son niños, pero también saben que no son mayores. En consecuencia, no saben qué son ni cuál es el papel que les toca desempeñar en la vida. Y, aparecen las argumentaciones, presentando una extensa gama de razonamientos para escaparse de la tutela familiar. Los más frecuentes: “todos mis amigos lo hacen”,” todos mis amigos tienen éste o aquél móvil o video juego”,” usan el ordenador”,” les dejan salir hasta tal o cuál hora”,” no hacemos nada malo”… Claro está, todo ello para, en un principio, realizarlo en el tiempo libre (viernes por la tarde, sábados, domingos). Hasta que estas actividades e inquietudes comienzan invadir el tiempo que deben dedicar a su estudio diario. En definitiva, ¿qué es lo que ha pasado?
Nada que no sea lo corriente. Ocurre muy a menudo y, casi siempre, en familias imprudentes. Sin embargo, habrá que afirmar, con rotundidad, que por ser lo corriente no tiene que convertirse en algo normal. El problema es que el ambiente y las influencias del exterior, de la sociedad, han llegado a infeccionar a las familias, trastocando un proyecto educativo familiar que inicialmente fue bueno. Y, esto por qué. Por consentir, por aceptar, hábitos de vida que perjudican claramente a los hijos.
Se puede pensar que, llegando a una determinada edad, los hijos no tienen porqué estar pegados a las faldas de su madre. Y, es verdad. Reclaman la autonomía propia y natural de todo ser humano. Deben comenzar a vivir su propia vida, aunque sin olvidar que ésta será en función de su libertad y responsabilidad personal. Por ello, si no se ha alcanzado el necesario nivel de libertad responsable, las decisiones que tome pueden estar impregnadas de imprudencia. Sin embargo, si antes han conocido el modo de abrirse al mundo exterior en el ámbito de la familia, de forma que han llegado a comprender la finalidad real de su vida, han vivido y compartido objetivos claros, han aprendido a usar los recursos materiales con sobriedad, en un ambiente de alegría, esfuerzo, amistad y servicio a los demás, cuando comparen entre un estilo y otro, podrán deducir qué es lo mejor, lo que les hace estar contentos y felices. Y, como así ocurre en tantos jóvenes hoy, serán ellos mismos los que, con iniciativa personal, organizarán las actividades y ocupaciones de su tiempo libre más acordes con un proyecto personal coherente y autónomo.
Pues bien, merece la pena reflexionar serenamente sobre este concepto, tan deseado a la vez que necesario, que llamamos tiempo libre. Para ello, conviene pensar, primero, sobre la idea de tiempo. ¿Qué es el tiempo?
El tiempo es el espacio por donde transcurre la vida. Vivimos en el tiempo y en él realizamos nuestro proyecto personal. Pero, los hijos ¿han pensado en cuál es su proyecto personal? ¿Han caído en la cuenta de que su realización personal la materializan con lo que hacen en el tiempo del que disponen?
Podemos clasificar al tiempo en dos clases: los tiempos en los que llevamos a cabo el proyecto personal (asistir a las clases, estudiar, colaborar en el ámbito familiar, convivir con amigos y compañeros, etc.) y los llamados tiempos libres. De aquí se deduce una conclusión evidente: las actividades de tiempo libre deben facilitar las actividades que permiten cumplir con los objetivos propuestos en el proyecto personal. En concreto, todo aquello que perjudique, que se interponga debe ser desechado. Pensemos en los lunes: más cansancio, tareas sin hacer, malestar físico, mal humor, etc. Y, no digamos nada sobre el tiempo perdido en actividades que se realizan en el tiempo que hay que dedicar al estudio personal: TV, ordenador, video – juegos, móviles... No estudian porque esas actividades desconcentran, distraen gravemente la atención del estudiante. ¿Son conscientes del tiempo que pierden?
Como estudiantes lo determinante de su proyecto son sus estudios: lo prioritario, sin ser exclusivo. Disponen, por un lado, de las horas, días y meses dedicados a las clases y al estudio personal, que viene fijado por el calendario escolar. Por otro, el tiempo sobrante de cada día, los fines de semana y las correspondientes vacaciones (Navidad, Semana Santa y verano, preferentemente) Este es el tiempo de enlace. Esto quiere decir dos cosas: la primera que hay que dedicar cada tiempo a su finalidad correspondiente y, segundo, que los tiempos de enlace estarán dedicados a favorecer y no perjudicar al tiempo dónde se realiza el proyecto personal.
Pues bien, cuanto más tiempo dedique a aquellas actividades que no corresponden a lo que para ellos es lo determinante, mayor peligro corre su proyecto personal (entre otras cosas aprender, aprobar…). Disminuir el tiempo que necesita para cumplir satisfactoriamente con sus obligaciones diarias, y dedicarlo a otras cosas más placenteras para, como suelen decir, darse vida, es porque no han caído en la cuenta que lo más importantes de su vida son sus estudios. Y, si no han caído en la cuenta, hay que hacérselo ver, de no ser que se esté de acuerdo con ese criterio, bien porque se crea que “no es tan malo que se diviertan un poco”, o bien por no complicarse la vida… y se deja hacer. Es una verdadera imprudencia, cuyos efectos no suelen tardar en presentarse. El más corriente es que aparezcan las urgencias en los estudios.
¿Qué ha ocurrido cuando aparecen las urgencias? Sencillamente, que se deja para el final, para antes de los exámenes, estudiar y aprender lo que debían haber hecho con anterioridad. ¿Cuál es el resultado? Normalmente, se suspende. Sin embargo, aún hay algo peor: lo estudiado a presión, con la exclusiva finalidad de aprobar las asignaturas, es incrementar, de modo continuado, las faltas de base tan comunes hoy en muchos estudiantes. Este defecto en el aprendizaje ocurre muy a menudo, dada la poca exigencia existente, propiciada por bastantes profesores (estudiar los mínimos, sólo lo que va a entrar en los exámenes…) Además, la posibilidad de pasar de curso por imperativo legal (no poder repetir curso, aunque no se sepa) lo que hace es dilatar el problema hasta un momento en el que es de difícil solución.
Otro modo de reflexionar sobre la utilización del tiempo es clasificarlo en función de la naturaleza de aquello que se realiza. Lo que hacemos puede ser importante o no importante, urgente o no urgente. Con estas cuatro calificaciones, cabe hacer las siguientes consideraciones:
La autoestima de la persona depende del tiempo que dedica a hacer cosas importantes; lo contrario será hacer lo superficial, lo vulgar. Así, estudiar bien, lo mejor posible, programando y organizando sus estudios diarios con tiempo, atendiendo en clase, ayudando en casa, leyendo, interesándose por el quehacer de sus padres, hermanos, amigos y compañeros, por los problemas de la sociedad, etc. son actividades importantes. Dicha persona tiene importancia y se siente importante.
Cuando aparecen las urgencias, como habíamos señalado anteriormente, se abandonan las demás actividades (el estudio que corresponde para cada día, por ejemplo) de modo que, más adelante, volverán a aparecer las urgencias para estudiar lo que se dejó de realizar en el momento oportuno. Esta situación no es infrecuente. Muchos padres y sus hijos argumentan: “el curso pasado, se puso a estudiar el último mes y aprobó todo. Muy justo, pero aprobó todo”. Con las consecuencias descritas.
Pues bien, hay que volver a redescubrir el papel que corresponde desempeñar a padres y profesores como protagonistas imprescindibles de la acción motivadora en la educación de hijos y alumnos. Para que encuentren el verdadero sentido de su vida: la excelencia personal. |
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