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Dos valores familiares: la sobriedad y la prudencia Luis Albás Mínguez (May 14, 2013) Orientación Familiar |
Las reflexiones hechas en el artículo anterior nos llevan de la mano a considerar el papel que deben desempeñar las virtudes de la sobriedad y de la prudencia, para que sea desde el ámbito familiar desde donde se pueda influir para cambiar una sociedad, hoy, permisiva, hedonista y egoísta en otra, posible, más generosa y solidaria. Pero habrá que comenzar por la propia familia.
Educar en la virtud de la sobriedad. Los años que últimamente estamos viviendo favorecen las reflexiones que vamos a hacer sobre la utilización de los recursos económicos. Cada vez más, un mayor número de familias ven cómo disminuyen sus ingresos, repercutiendo en su habitual ritmo de vida, básicamente, consumista. En consecuencia, se ven obligados a recortar gastos. Pues bien, ¿de qué gastos se está dispuesto a prescindir? Los fines de semana, los puentes ¿son realmente necesarios para darse un merecido descanso o son, precisamente, no sólo un gasto superfluo sino un modo de venir más cansados, despistados y de mal genio? Y, ¿se prefiere no ir de vacaciones y sacrificarse, todos, para que el hijo, o los hijos, cumplan los objetivos educativos que no lograron alcanzar durante el curso?
Para los padres, el negocio más importante es la educación de los hijos. Y, visto bajo ese prisma, conviene hacer el oportuno balance. ¿Qué cuesta la educación de un hijo, al año? ¿Cuáles son los gastos imprescindibles y necesarios para que la educación que reciben sea de calidad? ¿Qué porcentaje de los gastos globales son superfluos? ¿Qué coste representa a la familia el que un hijo repita curso?
¡No vamos a dejar de ir a la nieve porque uno no estudie! ¡No voy a castigar a toda la familia por él!
Pero, se ha pensado que las responsabilidades familiares deben ser compartidas; que repercuten y deben ser asumidas por todos; que todos deben ayudarse.
Recientemente, un profesor de un Instituto ha realizado un estudio relacionando las calificaciones obtenidas por los alumnos y el tipo de móvil que usaban. A mayor coste del móvil, con mayores prestaciones y más sofisticados, más insuficientes eran sus calificaciones. ¿Necesitan los más caros? Y, ¿quién corre con los gastos, los padres o los hijos?
La utilización de las nuevas tecnologías (ordenador, internet, móvil, etc.) debe ser reconsiderado, en las familias, con mayor seriedad y rigor. Los peligros que encierran para los adolescentes y jóvenes se saben, se denuncian, pero raramente se toman las decisiones más convenientes. No está bien visto oponerse a la utilización de las nuevas tecnologías, ¡No va con el progreso! Pero, ¿qué es el progreso? Se progresa si se mejorar, pero si perjudica o dificulta la mejora personal, no hay progreso; lo que hay es retroceso. Es una cuestión de prudencia.
La virtud de la prudencia. Las familias deben procurar ser más prudentes porque esta virtud facilita una reflexión adecuada antes de enjuiciar cada situación y, en consecuencia, tomar una decisión acertada de acuerdo con criterios rectos y verdaderos. Así, por ejemplo, por falta de prudencia existe el fracaso escolar que existe, y el consumo creciente de alcohol, drogas y sexo.
Los padres prudentes no es que no quieran comprometerse, “por si acaso el asunto sale mal”. Precisamente, la negligencia es un vicio en contra de este valor humano. Así, existe lo que podemos llamar la “falsa prudencia”, que está al servicio del egoísmo.
Hay que reflexionar seriamente sobre los fines que los padres consideran importantes para ellos y para sus hijos. Como educadores, pueden plantear su misión, en parte, como la de ayudar a sus hijos a asimilar una serie de valores libremente, de forma que lleguen a tener un sentido específico, real, para ellos. Si no se tiene claro cuáles son estos valores, la prudencia, entendida como virtud, pierde su sentido.
Lo opuesta a esta virtud es la imprudencia, que incluye la precipitación, la falta de respeto y la inconstancia, muy relacionada con la falta de dominio de las pasiones. Por ejemplo, la imprudencia puede llevar a los padres a prejuzgar a sus hijos o a encasillarlos sin darse cuenta de que la persona es dinámica y cambia un poco todos los días.
Motivos para ser más prudentes. Sólo hay un motivo para ser prudente: el deseo de hacer coincidir las decisiones que tomamos, y la actuación correspondiente, con el fin deseado. Requiere un cierto desarrollo intelectual. Se trata de discernir, de tener criterios, de enjuiciar y decidir.
¿Esto significa que no conviene intentar lograr que desde pequeños adquieran esta virtud? Claro está que el niño tendrá muchas dificultades para actuar prudentemente. Ahora bien, en cuanto empiece a tomar decisiones personales en una zona limitada de autonomía necesitará de esta virtud. Normalmente lo más prudente para un niño pequeño será obedecer a sus educadores. En cuanto haya aprendido los criterios necesarios puede empezar a desarrollar esta virtud con el asesoramiento adecuado. De este modo, el proceso de aprendizaje se desarrolla desde una obediencia en casi todo, hasta la decisión propia basada en el consejo pedido voluntariamente.
Conocer la realidad. Aunque la prudencia se aplica situaciones concretas, es indudable que conviene basar este hábito en unas disposiciones que faciliten su desarrollo.
Para conocer la realidad, en primer lugar hará falta querer conocerla y reconocer que no se está en posesión de toda la verdad. La persona autosuficiente y soberbia puede creer que su capacidad de conocer la verdad es tan superior que no necesita poner en duda sus propias apreciaciones iniciales, ni intentar corroborar la información que puede tener.
Por el contrario, la persona prudente reconoce sus limitaciones e intenta apreciar objetivamente los datos que posee.
Así, por ejemplo, los hijos adolescentes tienden a pasar a juzgar una situación sin intentar reflexionar sobre si el hecho es cierto. O enjuician a personas contando con una información, incompleta o parcial dada por un medio de comunicación. Otros pueden emprender una actuación sin pensar en su capacidad real de realizarla y sin tener en cuenta sus consecuencias.
Por esto, es necesario ayudar a desarrollar las siguientes capacidades en los hijos: la capacidad de observación; la capacidad de distinguir entre hechos y opiniones; la capacidad de distinguir entre lo importante y lo secundario; la capacidad de buscar información; la capacidad de seleccionar fuentes; la capacidad de reconocer los propios prejuicios; la capacidad de analizar críticamente la información recibida y comprobar cualquier aspecto dudoso; la capacidad de relacionar causa y efecto; la capacidad de conocer qué información es necesaria en cada caso; la capacidad de recordar.
Es evidente que las capacidades relacionadas con la información supone, en algún momento, una selección. Pero esto supone, siempre adoptar algún criterio para seleccionar.
Saber enjuiciar. En primer lugar, conviene ayudar a los hijos a comprender cuándo están haciendo apreciaciones válidas y cuándo, de hecho, son “críticas” sin fondo, sin justificación. Constantemente, utilizamos palabras que necesitan aclaraciones para entenderlas bien. Decimos, por ejemplo: “esto es importante”, o la “experiencia resultó muy interesante” ¿Qué se entiende por las palabras “importante” e “interesante”? El esfuerzo que supone describir lo que significan estas palabras (importante e interesante) ayudará a desarrollar la capacidad crítica.
El criterio básico para desarrollar un sentido crítico válido es amar el bien y reconocer los valores permanentes que lo componen. Así, si un hijo no acepta la importancia de la justicia, podría decidir hacer algo egoístamente, aplicando perfectamente su capacidad crítica, pero siendo imprudente y además injusto con otras personas. O bien, podría considerar todos los múltiples argumentos que existen para crear placer superficial y elegir eficazmente entre ellos, en función de sus propios gustos como criterio único, en lugar de elegir entre una gama amplia de actividades que podría realizar a favor de los demás, usando las necesidades ajenas como criterio de decisión.
Esto quiere decir que los padres tenemos que ir dando criterio a los hijos, de tal forma que sepan qué criterio deben usar en cada momento: Para dar algunos ejemplos, desde la niñez hasta los hijos mayores, se podría citar:
_ los criterios para el comportamiento en casa: relación entre su trabajo intelectual y el tiempo libre, la ayuda a los demás, etc.;
_ los criterios para enjuiciar actos de los demás: la injusticia de un compañero, quien tiene razón en alguna discusión;
_ los criterios para enjuiciar si es conveniente leer algún libro o ver una película, ver determinados programas de TV;
_ criterios para enjuiciar el uso del móvil o Internet;
_ los criterios para enjuiciar problemas sociales y personales;
_ los criterios para saber si se está actuando con justicia, con generosidad, con sinceridad, con respeto, etc. y con prudencia.
La decisión. La prudencia no se queda en enjuiciar. Tiene que haber una decisión consecuente. Así, la decisión habrá tenido en cuenta la información y el juicio descritos pero debe considerar, en primer lugar, que la decisión misma debe ser tomada en el momento oportuno. Y, segundo lugar, también habrá que prever las consecuencias que se deriven de la decisión tomada.
Podría pensarse que la persona prudente es la que nunca se equivoca, porque nunca toma ninguna decisión. Eso es falso. El prudente es el que sabe rectificar sus errores. “Es prudente porque prefiere no acertar veinte veces, antes que dejarse llevar de un cómodo abstencionismo. No obra con alocada precipitación o con absoluta temeridad, pero asume el riesgo de sus decisiones, y no renuncia a conseguir el bien por miedo a no acertar”.
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