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AragónEvaluar Zaragoza desde dentro y desde fuera
Redacción (NJ) (Jul 20, 2009) Aragón
El diario italiano La Stampa ha dedicado uno de sus suplementos a detectar y analizar las ciudades del futuro, un conjunto de urbes emergentes o en proceso de renovación entre las cuales está Zaragoza. ¡Oh, sí! La Cesaraugusta del Ebro forma parte de la selecta lista. Es un alivio saber que por algún lado se nos están luciendo los dos mil quinientos millones de euros invertidos en la cita dosmilochesca. Ahí se pueden apuntar un tanto quienes afirman que gastar e invertir (aunque sea en plan zafarrancho) siempre trae cuenta.

Zaragoza puede ser vista de muchas maneras y descrita de forma igualmente variada. Yo la suelo comparar con una antigua mansión a la que guerras y piquetas han desfigurado las fachadas y en cuyo interior el viejo mobiliario de estilo se combina con adornos todoacién y flores de plástico. Han convertido el jardín en aparcamiento y en el invernadero han instalado un yacuzzi. El conjunto me enternece y me cabrea. Adoro esta ciudad que es la mía y siempre estoy atento a lo que se escribe de ella.

A Zaragoza le han hecho mucha literatura, antes y ahora. Gabriel García Badell, por ejemplo, la convirtió en un laberinto existencial (De Las Armas a Montemolín). Mucho antes Ramón J. Sender (Crónica del alba) la había mostrado cual extraordinario lugar, donde se gestaban insurrecciones ácratas y la cocaína se expendía en las farmacias. Juan Bolea, sin nombrarla explícitamente, recorre sus esteparios alrededores (El manager, El Gobernador) inventándose parajes de ciencia ficción y sustituyendo los buitres por quebrantahuesos. José María Conget (Bar de anarquistas) vuelve a Zaragoza guiado por la precisa memoria de su infancia para descubrir que, por supuesto, ya nada es como era.

Ahora he leído a Antonio Ansón (El arte de la fuga) y me ha gustado mucho la nostalgia teñida de malditismo con la que viene y va a través de una Cesaraugusta contemporánea. Tampoco menciona su nombre e incluso llama Las Virtudes a Las Delicias, altera el callejero, se interna en El Cascajo (cuando era sanatorio antituberculoso), recorre los bares donde la gente desuella gambas o engulle salmueras sobre magníficos depósitos de desperdicios y autobiografía con enorme compasión a su generación (la nacida al inicio de los sesenta), que según él llego demasiado tarde para hacer la revolución y demasiado pronto como para pasar de ella.

Leyendo, leyendo he llegado a la conclusión de que los zaragozanos querríamos que esto fuese París o un puerto marítimo. Por eso Bolea se ha ido al Cantábrico con su detectivesa y Ansón vive en la capital de Francia. Yo, aunque miro con atención el Ebro redescubierto, añoro los azules de la bahía de Cadaqués, donde mis detractores me sitúan, corrompidísimo, navegando en inverosímiles yates. Ojalá.

  
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