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ReportajesKosovo, viaje al paraíso del independentismo catalán
Fuente ABC (Mar 26, 2013) Reportajes
Cuando en 1989 el régimen comunista de Belgrado suprimió la autonomía de Kosovo y despidió a miles de trabajadores por ser albaneses, muchos encontraron unos ingresos revendiendo plátanos por las calles de Pristina. No pocos kosovares recuerdan aquellos terribles tiempos, ahora que son un país que ha proclamado una polémica independencia: con más del 45 por ciento de parados -las estadísticas no son muy exactas, podrían ser más- y aislados parcialmente del exterior, donde su pasaporte no es un documento muy apreciado, la única forma de sobrevivir es vender cualquier cosa en un puesto callejero, con tal de obtener unos euros.

El 17 de febrero se cumplieron cinco años de la declaración unilateral de la independencia de Kosovo y por ahora todo lo que hay en esta vieja provincia balcánica es corrupción, pobreza y aislamiento. Nadie querría volver a la época en la que en Kosovo vivían bajo el totalitarismo serbio y el régimen de «apartheid» con el que se quiso someter a la mayoría albanesa, pero la independencia tampoco ha hecho realidad los sueños de los kosovares.

Estaba mejor en Alemania

«A veces, en casa, mis padres dicen que tal vez hubiera sido mejor quedarse en Alemania», reconoce Albulena, una estudiante de filología inglesa que vende en la avenida Madre Teresa de Pristina las flores que cultivan en la pequeña empresa familiar. Sus padres le pusieron el nombre de Albulena en recuerdo de una batalla emblemática de la historia medieval de los albaneses. Formaban parte de los miles de kosovares que fueron empujados a emigrar hace veinte años, y que después de la guerra decidieron volver para contribuir al nuevo país montando un negocio con los ahorros y con la experiencia adquirida en Occidente. Pero el resultado está lejos de los sueños: «Si tienes trabajo, se puede sobrevivir, pero sin trabajo ya no queda ni el recurso de irse al extranjero» puesto que con el pasaporte de Kosovo, prácticamente solo se puede viajar sin visado a Albania, Macedonia, Montenegro o sin él humillarse cruzando a Serbia, que todavía supura por la herida de la independencia de esta antigua provincia. «Conseguir un visado para Europa es casi imposible. No queda más que intentar sobrevivir aquí».

A estas alturas, Kosovo no tiene ni siquiera un prefijo telefónico propio, tiene que usar todavía el de Serbia en las líneas fijas y el de Mónaco o el de Croacia para los móviles. No tiene tampoco un indicativo para internet y, por supuesto, tampoco puede participar en competiciones deportivas internacionales. El principal problema es que la independencia de Kosovo ha sido reconocida por 98 países, pero hay otros tantos que se resisten a hacerlo, España entre ellos, lo que le impide tener una vida internacional normalizada. Eso se nota, por ejemplo, nada más entrar en coche por cualquiera de las fronteras del país: como los seguros hechos en Kosovo no tienen reconocimiento internacional ni los hechos en otros países valen en Kosovo, es necesario suscribir uno nuevo. En Kosovo hay cosas que dependen de la OTAN, que mantiene tropas en la zona para garantizar la paz en el norte del país, donde vive la minoría serbia, otras de la UE, que ejerce un papel de tutela y otras no se sabe de quién. Las importaciones siguen un camino milagroso desde Turquía, a través de Albania o de Macedonia. Pero el principal centro de poder es la embajada norteamericana.

En efecto, Kosovo es uno de los pocos lugares del mundo donde la veneración por Estados Unidos es probablemente mayor que en Norteamérica. La principal avenida de entrada en Pristina lleva el nombre de Bill Clinton, que tiene una estatua a la altura del barrio de Dardania, tras la que todavía permanece una pintada de los tiempos de exaltación nacionalista posteriores a la guerra «Negociación, no. ¡Independencia!». El Clinton de la estatua lleva en su mano un documento de bronce con su firma y la fecha grabada del 24 de marzo de 1999, que es el día en el que comenzaron los bombardeos contra Belgrado para obligar a los serbios a abandonar Kosovo. El homenaje de los kosovares a Clinton y a lo que representa está a la altura de lo que significó el apoyo decidido de Washington a la independencia, sin el cual probablemente las cosas habrían sido muy diferentes.

Ahora, los norteamericanos han recibido buenos réditos por su inversión en la creación de este país: han construido Camp Bondsteel (más de mil hectáreas, la mayor base militar fuera de Estados Unidos), donde varias organizaciones internacionales afirman que se mantiene un centro clandestino de detención, y sus empresas se llevan los contratos principales de obras públicas, pagados -por cierto- en parte con la cooperación de la Unión Europa.

Saco roto en la autopista

Uno de estos proyectos es el de la autopista que une Pristina con Tirana, que la compañía norteamericana Bechtel ha construido en los dos lados de la frontera, con la intención de redirigir al país hacia sus hermanos de lengua y alejarlo de su pasado junto a los eslavos. «Seguramente es una de las autopistas más caras del mundo» -cuenta la periodista Flaka Surroi- «aunque el contrato se firmó oficialmente en 2010, nadie ha visto todavía su contenido ni sabe cuánto va a costar». En realidad, la corrupción es el problema más acuciante de este Kosovo independiente. No es que antes no la hubiera, pero la independencia la ha multiplicado. Merita Mustafa, la responsable del programa anti-corrupción del Instituto Democrático de Kosovo no se cansa de denunciar que «hasta ahora, las instituciones kosovares no han probado su capacidad de llevar a cabo un plan de acción realista que pudiera tener resultados en la lucha contra la corrupción». A su juicio «lo único que hacen es preparar documentos que satisfacen a la Comisión Europea» sin poner en marcha estrategias reales para adecentar la vida pública. En la última década, la UE en general se ha gastado miles de millones de euros en ayudas directas a Kosovo, sin contar con lo que invierte en las distintas misiones de asistencia para la construcción de estructuras de gobierno público, la más polémica de las cuales es Eulex, que debería servir para edificar un sistema judicial y una policía eficaces. Pero los kosovares ya la han bautizado como «Eulexperiment» porque por ahora no ha logrado ninguno de sus objetivos. «Es dinero perdido» -se queja Surroi- que cree que esta política europea solo ha servido para construir una policía corrupta que manejan a trozos los partidos políticos o incluso a escala de diputados, y un sistema judicial tremendamente vulnerable.

¿De qué vive entonces este país controvertidamente independiente? De todos los tipos de tráfico y del lavado del dinero que ello conlleva, según reconocen sin rubor periodistas, responsables de las instituciones internacionales y hasta los propios políticos kosovares. No hay reconocimiento de los seguros de coches, pero a cambio en Kosovo se puede comprar a buen precio cualquier coche, robado o no. También de las remesas de los miles de emigrantes que, al contrario que Esat, se quedaron en Europa en vez de arriesgarse a volver a Kosovo para ver los fastos de la declaración de independencia. «Ahora tal vez estaría mejor en Holanda, donde tenía un trabajo y una vida normal», cuenta mientras ve pasar el tiempo en las escaleras del taller de su hermana Krenare, que se gana la vida transformando en joyas contemporáneas objetos de plata vieja. «La independencia está bien, no quisiera volver a los tiempos terribles de la dominación serbia, pero no es lo que esperaba», dice resignado. «No veo la luz con tanta corrupción».

Negro futuro

Lo mismo le pasa a Emir, un estudiante de ingeniería en la universidad de Pristina que cuando le preguntan cómo ve el futuro de su país responde: «Muy pequeño, no se ve mucho en realidad» porque aunque es cierto que el paisaje de la capital y de muchas de las ciudades está plagado de grúas y de edificios en construcción, financiado con este dinero de dudosa procedencia -los billetes que circulan están literalmente muy sucios, puesto que al no disponer de una relación oficial con el Banco Central Europeo no se pueden renovar- está claro que en Kosovo no hay una economía sostenible. «En otros tiempos diría que preferiría irme al extranjero, pero en nuestro caso eso es una utopía».

Así que para muchos, la independencia termina en la desesperación y en un viaje incierto hacia Europa, donde saben que tampoco tienen mucho espacio para buscar un futuro mejor. Casi siempre, ese viaje empieza en la vieja estación de autobuses, donde merodean las bandas de niños de la calle, abandonados a su suerte, tan sucios y desharrapados que no se distinguen ni las edades. Cuando llega el invierno, no tienen más calefacción que los gases de los tubos de escape de los autobuses que tratan de aprovechar enfocándolos hacia sí con cartones, sin tener en cuenta sus venenosos efectos. Para ellos, algunos nacidos seguramente poco antes de la declaración de independencia, tampoco hay mucho futuro en Kosovo.

enrique serbeto

  
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