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Reportajes¿Menos uranio, más humos?
Aceprensa R. Serrano (Oct 29, 2011) Reportajes
El accidente en la central nuclear japonesa de Fukushima, a causa del terremoto y el tsunami del pasado 11 de marzo, ha puesto en entredicho la energía atómica, aunque no en todo el mundo ni mucho menos. La mayor consecuencia hasta ahora ha sido que Alemania haya acelerado su programado parón nuclear. También algunos otros países han tomado decisiones semejantes, pero que lo haga la cuarta economía del mundo tiene repercusión internacional. La cuestión no es si se puede prescindir de la energía nuclear (se puede), sino cuánto costaría a nuestros bolsillos y al medio ambiente.

Para cerrar centrales nucleares en Japón la alternativa más rápida es recurrir a los combustibles fósiles.

El seísmo sacudió también la confianza del público en la seguridad de las centrales nucleares. Una encuesta de Ipsos hecha en mayo siguiente en 24 países halló un aumento medio de 16 puntos porcentuales en la opinión contraria a la energía atómica. En Japón y China cambió la mayoría, que ahora es del 58% en contra en ambos países. El mayor vuelco es el de Corea del Sur, donde los opuestos a la energía nuclear son ya el 60%, y dos tercios de ellos adoptaron esa postura a raíz de Fukushima. En todas estas naciones, la postura crítica tenía amplio margen para subir, pues era minoritaria.

No ha habido grandes cambios en otros países, principalmente europeos, donde la oposición a la energía nuclear ya era fuerte (España, Italia, Alemania) o, al contrario, había una mayoría sólida a favor en la que Fukushima ha hecho poca mella (Argentina, Rusia, Polonia).

A los alemanes, la catástrofe de Fukushima ha producido gran conmoción, pese a que en su país no quepa esperar fuertes terremotos, y mucho menos tsunamis, al menos en la presente era geológica. Ha tenido más impacto que Chernóbil (1986), que causó más víctimas, precisamente por haber ocurrido en un país muy avanzado, Japón, y no en la oscura Unión Soviética.

También ha sido notable el avance de la opinión contraria en Francia, campeona de la energía nuclear (tres cuartas partes de su producción eléctrica son de ese origen). Ahora bien, otra encuesta, de Ifop, detecta poco radicalismo entre los franceses: solo el 15% quieren que se cierren las centrales cuanto antes, mientras el 62% prefiere una retirada gradual, a lo largo de los próximos 25 años.

En fin, resultados tan dispares, dentro del crecimiento general de la opinión en contra, indica que la postura sobre la energía nuclear no depende solo de la magnitud de un accidente –y el de Fukushima ha sido muy grave– y que la percepción del riesgo no sigue una pauta clara. ¿No podríamos hacer las cuentas de costes y beneficios?

Es posible prescindir de la energía nuclear sin echar más humo; pero barato no va a salir

Potencia nuclear

La ventaja de la energía nuclear es que da energía eléctrica en abundancia, barata y limpia.

Las centrales nucleares pueden asegurar el suministro eléctrico básico dejando para las térmicas, mucho más regulables, atender los picos de demanda. Las fuentes renovables, por su parte, hasta ahora solo pueden ser complementarias, pues nunca es seguro que sople el viento o haya cielos despejados en las horas punta. El rendimiento de las centrales nucleares es muy superior. Por ejemplo, en Alemania sumaban en 2010 el 15% de la potencia total instalada pero dieron el 23% de la producción, mientras que las renovables, con más del 25% de la potencia instalada, produjeron el 17% de la electricidad.

También gracias a su inigualable potencia, una central nuclear genera electricidad a bajo costo. Pero solo una vez amortizada la colosal inversión necesaria para construirla, y sin contar las subvenciones, que en Alemania ascendieron a 4.100 millones de euros el año pasado, según cálculos del Forum Ökologische-Soziale Markwirtschaft. La energía nuclear se beneficia también de ayudas públicas en forma de limitación de la responsabilidad civil, de modo que las compañías operadoras no tengan que suscribir en el mercado pólizas de seguros para cubrir los daños por un accidente grave. Así que la electricidad de origen nuclear es barata si se atiende a los costos operativos; sumando todos no resulta tan competitiva.

Claro que también los combustibles fósiles tienen subvenciones ocultas en la medida en que no se repercute en el precio la contaminación que producen. Los mercados de derechos de emisiones, como el que funciona en la Unión Europea, tratan de corregir esta anomalía.

Y ni siquiera la energía renovable está limpia de subsidios. En Alemania y en España, los distribuidores tienen que comprar primero toda la producción eólica o solar, aunque es más cara. Este estímulo funciona: la prueba es la expansión de las fuentes renovables en ambos países, en buena parte por la entrada de las compañías eléctricas, para cosechar con una mano las subvenciones que con la otra contribuyen a sufragar.

En fin, las centrales nucleares son limpias porque no emiten a la atmósfera gases de efecto invernadero. Pero, naturalmente, exigen el almacenamiento de sus residuos, que conservan su poder dañino durante miles de años. Esto, junto con el peligro de escape radiactivo en caso de accidente, es la gran desventaja de la energía nuclear y la razón de que tenga firmes enemigos.

Dos experimentos

Japón y Alemania se han convertido en un banco de pruebas para experimentar la renuncia a la energía nuclear.

Hasta el terremoto de marzo, Japón contaba 54 reactores que le daban cerca del 30% de la electricidad. Son fruto de una expansión nuclear iniciada a raíz de la crisis del petróleo en 1973, cuando el país, pobre en fuentes de energía, comprobó dolorosamente su fuerte dependencia de Oriente Próximo.

Después del accidente de Fukushima, se fueron parando reactores a medida que les llegaba el momento de la inspección obligatoria (cada 13 meses). No se ha autorizado ponerlos en marcha de nuevo, y si con los demás se hace lo mismo, en la próxima primavera no quedará ninguno en funcionamiento. Si el parón nuclear se prolonga un año, se estima que el PIB bajará un 3,6% y se perderán cerca de 200.000 empleos.

La desconexión de las centrales nucleares viene a suponer la pérdida de unos 400 millones de kilovatios-hora diarios. Si no hubo apagones en el cálido verano fue gracias a los sacrificios del público, que bajaron la demanda un 20%. La gente renunció a la refrigeración, ponía la lavadora por la noche, algunas fábricas adoptaron la jornada nocturna y otras cerraron jueves y viernes y los cambiaron por sábados y domingos.

A la vez, se empezó a buscar sustitutos de los reactores. El único remedio rápido es aumentar el recurso a los combustibles fósiles, que antes de Fukushima daban el 63% de la electricidad, incluido un 25% generado quemando carbón, el más contaminante de todos. El aporte de las energías renovables es apenas del 10%, casi todo de la hidroeléctrica. El gobierno se propone subirlo al 20% antes de 2025.

Pero mientras tanto, hay que volver a poner en marcha centrales térmicas que estaban cerradas y aumentar las importaciones de combustibles fósiles. Fukushima ha dado prácticamente el tiro de gracia a la negociación para renovar el protocolo de Kioto, al rechazar Japón cualquier meta vinculante de reducción de emisiones, que ve imposible de cumplir.

Milagro alemán

Poco después de Fukushima se dio la drástica reacción de Alemania. Sin embargo, el brusco giro de la canciller Angela Merkel al decidir el cese definitivo de la energía nuclear en 2022, en realidad no cambia el curso del país. Simplemente restaura el plan anterior, adoptado en 2002 por la coalición de socialdemócratas y ecologistas y brevemente interrumpido hace un año por el gobierno actual de democristianos y liberales, que quiso dilatar hasta 2036 el cierre de la última central nuclear. La única diferencia, aunque no pequeña, es que a raíz de Fukushima Merkel ha acelerado el proceso.

En marzo mismo, el gobierno alemán ordenó un estudio sobre seguridad de las centrales nucleares y paró las siete más antiguas (otra más ya estaba inactiva), que no volverán a funcionar; ahora quedan nueve. En seguida, el país pasó de exportador neto de electricidad a importador neto. Tuvo que comprar a Francia y a la República Checa, que por cierto obtienen, respectivamente, tres cuartos y un tercio de su producción mediante reactores. También hubo que aumentar la producción de las centrales térmicas; las compañías eléctricas, por tanto, acudieron a comprar más derechos de emisión en el mercado europeo, y el precio subió un 11%.

Pese a esta emergencia, Alemania está en el buen camino para sustituir gradualmente la energía nuclear. En la primera década del siglo bajó del 30% al 23% la electricidad de origen nuclear, y subió del 6,6% al 17% la de fuentes renovables. El gobierno se propone ahora duplicar la parte de las renovables en los próximos nueve años y aumentarla al 80% en 2050. Pero mientras tanto, el carbón reforzará su primer puesto en la generación de electricidad (41% en 2010) y Alemania emitirá unos 370 millones de toneladas de CO2 adicionales. Esto último no es tan grave, pues el país ya ha cumplido de sobra la meta de Kioto: sus emisiones en 2009 estaban ya más de un 20% por debajo del nivel de referencia, el de 1990.

Kioto está más lejos sin energía nuclear

Por eso, el gobierno alemán cree que el apagón nuclear no impedirá cumplir la meta de bajar las emisiones de CO2 en 2020 un 40% con respecto a las de 1990. No todos son tan optimistas.

Laszlo Varro, de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), considera la decisión alemana “una noticia muy mala para la política del clima”. “No estamos lejos de perder una batalla –añade, en referencia a la renovación del protocolo de Kioto–, y bajar la energía nuclear pone las cosas innecesariamente difíciles”.

La AIE prevé que el mayor recurso a los combustibles fósiles por parte de Alemania y Japón hará que aumente el precio de la energía en todo el mundo. En junio, la agencia revisó sus estimaciones de la demanda de gas natural, y duplicó la previsión de crecimiento hasta 2020, del 4,8% al 9,5%. Se basó, entre otras razones, en que Alemania tendrá que importar más gas, se supone que principalmente de Rusia, a la que compra ya casi el 40% de lo que consume.

¿Gasto o inversión?

Es posible, pues, prescindir de la energía nuclear sin echar más humo; pero barato no va a salir. Durante la transición, la factura de la luz para el hogar medio alemán subirá de 35 a 40 euros al año, según cálculos del Ministerio de Economía. Un encarecimiento mucho mayor caerá sobre los grandes consumidores; por eso el gobierno ha previsto un fondo para compensar a tales empresas.

Aumentar el recurso a las fuentes renovables exige reformar la red eléctrica. No hay viento o sol en todas partes, y la red alemana actual no permite llevar la producción a cualquier punto. Según la Agencia Alemana de la Energía, harán falta 3.500 km de nuevas líneas de alta tensión, que costarán unos 950 millones de euros anuales durante los próximos siete años. Si no, de poco serviría otra medida del gobierno, crear un fondo de 5.000 millones de euros para construir parques eólicos en el mar.

Tampoco Japón tiene una red adecuada, lo que en su caso se agrava con un mercado eléctrico ineficiente. El suministro está en manos de diez monopolios regionales; la falta de competencia hace que los consumidores japoneses paguen tarifas muy elevadas: el doble que los norteamericanos o franceses, el triple que los coreanos. Las compañías eléctricas no tienen estímulo para bajar costos, pues sus márgenes de beneficio están fijados por el gobierno, de modo que ganan más cuanto más gastan en producir. Los usuarios no tienen motivo para ahorrar en horas punta y consumir cuando hay menor demanda, pues la tarifa es plana.

Además, el país tiene dos redes eléctricas (oeste y este), que funcionan a distintas frecuencias y solo se comunican a través de algunas estaciones conversoras; por tanto, no es posible pasar grandes cantidades de electricidad de una a otra en caso de necesidad, como la que se dio el verano pasado en la región de Tokio por el accidente de Fukushima.

Lo anterior muestra que un problema puede ser una oportunidad. Tener que suplir la energía nuclear es un incentivo para acometer mejoras que con ella no eran urgentes. La abundancia incita a malgastar, mientras que la escasez suele llevar a aumentar la eficiencia. Así, el gobierno alemán también va a estimular el ahorro de energía con 1.500 millones de euros en subvenciones para el aislamiento térmico de viviendas (aunque los hogares alemanes ya son muy eficientes: gastan la mitad de electricidad que los norteamericanos). El abandono de la energía nuclear lleva recursos a otros sectores. Se trata de que el costo que implica se convierta en inversión.

El seísmo sacudió también la confianza del público en la seguridad de las centrales nucleares. Una encuesta de Ipsos hecha en mayo siguiente en 24 países halló un aumento medio de 16 puntos porcentuales en la opinión contraria a la energía atómica. En Japón y China cambió la mayoría, que ahora es del 58% en contra en ambos países. El mayor vuelco es el de Corea del Sur, donde los opuestos a la energía nuclear son ya el 60%, y dos tercios de ellos adoptaron esa postura a raíz de Fukushima. En todas estas naciones, la postura crítica tenía amplio margen para subir, pues era minoritaria.

No ha habido grandes cambios en otros países, principalmente europeos, donde la oposición a la energía nuclear ya era fuerte (España, Italia, Alemania) o, al contrario, había una mayoría sólida a favor en la que Fukushima ha hecho poca mella (Argentina, Rusia, Polonia).

A los alemanes, la catástrofe de Fukushima ha producido gran conmoción, pese a que en su país no quepa esperar fuertes terremotos, y mucho menos tsunamis, al menos en la presente era geológica. Ha tenido más impacto que Chernóbil (1986), que causó más víctimas, precisamente por haber ocurrido en un país muy avanzado, Japón, y no en la oscura Unión Soviética.

También ha sido notable el avance de la opinión contraria en Francia, campeona de la energía nuclear (tres cuartas partes de su producción eléctrica son de ese origen). Ahora bien, otra encuesta, de Ifop, detecta poco radicalismo entre los franceses: solo el 15% quieren que se cierren las centrales cuanto antes, mientras el 62% prefiere una retirada gradual, a lo largo de los próximos 25 años.

En fin, resultados tan dispares, dentro del crecimiento general de la opinión en contra, indica que la postura sobre la energía nuclear no depende solo de la magnitud de un accidente –y el de Fukushima ha sido muy grave– y que la percepción del riesgo no sigue una pauta clara. ¿No podríamos hacer las cuentas de costes y beneficios?

Potencia nuclear

La ventaja de la energía nuclear es que da energía eléctrica en abundancia, barata y limpia.

Las centrales nucleares pueden asegurar el suministro eléctrico básico dejando para las térmicas, mucho más regulables, atender los picos de demanda. Las fuentes renovables, por su parte, hasta ahora solo pueden ser complementarias, pues nunca es seguro que sople el viento o haya cielos despejados en las horas punta. El rendimiento de las centrales nucleares es muy superior. Por ejemplo, en Alemania sumaban en 2010 el 15% de la potencia total instalada pero dieron el 23% de la producción, mientras que las renovables, con más del 25% de la potencia instalada, produjeron el 17% de la electricidad.

También gracias a su inigualable potencia, una central nuclear genera electricidad a bajo costo. Pero solo una vez amortizada la colosal inversión necesaria para construirla, y sin contar las subvenciones, que en Alemania ascendieron a 4.100 millones de euros el año pasado, según cálculos del Forum Ökologische-Soziale Markwirtschaft. La energía nuclear se beneficia también de ayudas públicas en forma de limitación de la responsabilidad civil, de modo que las compañías operadoras no tengan que suscribir en el mercado pólizas de seguros para cubrir los daños por un accidente grave. Así que la electricidad de origen nuclear es barata si se atiende a los costos operativos; sumando todos no resulta tan competitiva.

Claro que también los combustibles fósiles tienen subvenciones ocultas en la medida en que no se repercute en el precio la contaminación que producen. Los mercados de derechos de emisiones, como el que funciona en la Unión Europea, tratan de corregir esta anomalía.

Y ni siquiera la energía renovable está limpia de subsidios. En Alemania y en España, los distribuidores tienen que comprar primero toda la producción eólica o solar, aunque es más cara. Este estímulo funciona: la prueba es la expansión de las fuentes renovables en ambos países, en buena parte por la entrada de las compañías eléctricas, para cosechar con una mano las subvenciones que con la otra contribuyen a sufragar.

En fin, las centrales nucleares son limpias porque no emiten a la atmósfera gases de efecto invernadero. Pero, naturalmente, exigen el almacenamiento de sus residuos, que conservan su poder dañino durante miles de años. Esto, junto con el peligro de escape radiactivo en caso de accidente, es la gran desventaja de la energía nuclear y la razón de que tenga firmes enemigos.

Dos experimentos

Japón y Alemania se han convertido en un banco de pruebas para experimentar la renuncia a la energía nuclear.

Hasta el terremoto de marzo, Japón contaba 54 reactores que le daban cerca del 30% de la electricidad. Son fruto de una expansión nuclear iniciada a raíz de la crisis del petróleo en 1973, cuando el país, pobre en fuentes de energía, comprobó dolorosamente su fuerte dependencia de Oriente Próximo.

Después del accidente de Fukushima, se fueron parando reactores a medida que les llegaba el momento de la inspección obligatoria (cada 13 meses). No se ha autorizado ponerlos en marcha de nuevo, y si con los demás se hace lo mismo, en la próxima primavera no quedará ninguno en funcionamiento. Si el parón nuclear se prolonga un año, se estima que el PIB bajará un 3,6% y se perderán cerca de 200.000 empleos.

La desconexión de las centrales nucleares viene a suponer la pérdida de unos 400 millones de kilovatios-hora diarios. Si no hubo apagones en el cálido verano fue gracias a los sacrificios del público, que bajaron la demanda un 20%. La gente renunció a la refrigeración, ponía la lavadora por la noche, algunas fábricas adoptaron la jornada nocturna y otras cerraron jueves y viernes y los cambiaron por sábados y domingos.

A la vez, se empezó a buscar sustitutos de los reactores. El único remedio rápido es aumentar el recurso a los combustibles fósiles, que antes de Fukushima daban el 63% de la electricidad, incluido un 25% generado quemando carbón, el más contaminante de todos. El aporte de las energías renovables es apenas del 10%, casi todo de la hidroeléctrica. El gobierno se propone subirlo al 20% antes de 2025.

Pero mientras tanto, hay que volver a poner en marcha centrales térmicas que estaban cerradas y aumentar las importaciones de combustibles fósiles. Fukushima ha dado prácticamente el tiro de gracia a la negociación para renovar el protocolo de Kioto, al rechazar Japón cualquier meta vinculante de reducción de emisiones, que ve imposible de cumplir.

Milagro alemán

Poco después de Fukushima se dio la drástica reacción de Alemania. Sin embargo, el brusco giro de la canciller Angela Merkel al decidir el cese definitivo de la energía nuclear en 2022, en realidad no cambia el curso del país. Simplemente restaura el plan anterior, adoptado en 2002 por la coalición de socialdemócratas y ecologistas y brevemente interrumpido hace un año por el gobierno actual de democristianos y liberales, que quiso dilatar hasta 2036 el cierre de la última central nuclear. La única diferencia, aunque no pequeña, es que a raíz de Fukushima Merkel ha acelerado el proceso.

En marzo mismo, el gobierno alemán ordenó un estudio sobre seguridad de las centrales nucleares y paró las siete más antiguas (otra más ya estaba inactiva), que no volverán a funcionar; ahora quedan nueve. En seguida, el país pasó de exportador neto de electricidad a importador neto. Tuvo que comprar a Francia y a la República Checa, que por cierto obtienen, respectivamente, tres cuartos y un tercio de su producción mediante reactores. También hubo que aumentar la producción de las centrales térmicas; las compañías eléctricas, por tanto, acudieron a comprar más derechos de emisión en el mercado europeo, y el precio subió un 11%.

Pese a esta emergencia, Alemania está en el buen camino para sustituir gradualmente la energía nuclear. En la primera década del siglo bajó del 30% al 23% la electricidad de origen nuclear, y subió del 6,6% al 17% la de fuentes renovables. El gobierno se propone ahora duplicar la parte de las renovables en los próximos nueve años y aumentarla al 80% en 2050. Pero mientras tanto, el carbón reforzará su primer puesto en la generación de electricidad (41% en 2010) y Alemania emitirá unos 370 millones de toneladas de CO2 adicionales. Esto último no es tan grave, pues el país ya ha cumplido de sobra la meta de Kioto: sus emisiones en 2009 estaban ya más de un 20% por debajo del nivel de referencia, el de 1990.

Kioto está más lejos sin energía nuclear

Por eso, el gobierno alemán cree que el apagón nuclear no impedirá cumplir la meta de bajar las emisiones de CO2 en 2020 un 40% con respecto a las de 1990. No todos son tan optimistas.

Laszlo Varro, de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), considera la decisión alemana “una noticia muy mala para la política del clima”. “No estamos lejos de perder una batalla –añade, en referencia a la renovación del protocolo de Kioto–, y bajar la energía nuclear pone las cosas innecesariamente difíciles”.

La AIE prevé que el mayor recurso a los combustibles fósiles por parte de Alemania y Japón hará que aumente el precio de la energía en todo el mundo. En junio, la agencia revisó sus estimaciones de la demanda de gas natural, y duplicó la previsión de crecimiento hasta 2020, del 4,8% al 9,5%. Se basó, entre otras razones, en que Alemania tendrá que importar más gas, se supone que principalmente de Rusia, a la que compra ya casi el 40% de lo que consume.

¿Gasto o inversión?

Es posible, pues, prescindir de la energía nuclear sin echar más humo; pero barato no va a salir. Durante la transición, la factura de la luz para el hogar medio alemán subirá de 35 a 40 euros al año, según cálculos del Ministerio de Economía. Un encarecimiento mucho mayor caerá sobre los grandes consumidores; por eso el gobierno ha previsto un fondo para compensar a tales empresas.

Aumentar el recurso a las fuentes renovables exige reformar la red eléctrica. No hay viento o sol en todas partes, y la red alemana actual no permite llevar la producción a cualquier punto. Según la Agencia Alemana de la Energía, harán falta 3.500 km de nuevas líneas de alta tensión, que costarán unos 950 millones de euros anuales durante los próximos siete años. Si no, de poco serviría otra medida del gobierno, crear un fondo de 5.000 millones de euros para construir parques eólicos en el mar.

Tampoco Japón tiene una red adecuada, lo que en su caso se agrava con un mercado eléctrico ineficiente. El suministro está en manos de diez monopolios regionales; la falta de competencia hace que los consumidores japoneses paguen tarifas muy elevadas: el doble que los norteamericanos o franceses, el triple que los coreanos. Las compañías eléctricas no tienen estímulo para bajar costos, pues sus márgenes de beneficio están fijados por el gobierno, de modo que ganan más cuanto más gastan en producir. Los usuarios no tienen motivo para ahorrar en horas punta y consumir cuando hay menor demanda, pues la tarifa es plana.

Además, el país tiene dos redes eléctricas (oeste y este), que funcionan a distintas frecuencias y solo se comunican a través de algunas estaciones conversoras; por tanto, no es posible pasar grandes cantidades de electricidad de una a otra en caso de necesidad, como la que se dio el verano pasado en la región de Tokio por el accidente de Fukushima.

Lo anterior muestra que un problema puede ser una oportunidad. Tener que suplir la energía nuclear es un incentivo para acometer mejoras que con ella no eran urgentes. La abundancia incita a malgastar, mientras que la escasez suele llevar a aumentar la eficiencia. Así, el gobierno alemán también va a estimular el ahorro de energía con 1.500 millones de euros en subvenciones para el aislamiento térmico de viviendas (aunque los hogares alemanes ya son muy eficientes: gastan la mitad de electricidad que los norteamericanos). El abandono de la energía nuclear lleva recursos a otros sectores. Se trata de que el costo que implica se convierta en inversión.

El seísmo sacudió también la confianza del público en la seguridad de las centrales nucleares. Una encuesta de Ipsos hecha en mayo siguiente en 24 países halló un aumento medio de 16 puntos porcentuales en la opinión contraria a la energía atómica. En Japón y China cambió la mayoría, que ahora es del 58% en contra en ambos países. El mayor vuelco es el de Corea del Sur, donde los opuestos a la energía nuclear son ya el 60%, y dos tercios de ellos adoptaron esa postura a raíz de Fukushima. En todas estas naciones, la postura crítica tenía amplio margen para subir, pues era minoritaria.

No ha habido grandes cambios en otros países, principalmente europeos, donde la oposición a la energía nuclear ya era fuerte (España, Italia, Alemania) o, al contrario, había una mayoría sólida a favor en la que Fukushima ha hecho poca mella (Argentina, Rusia, Polonia).

A los alemanes, la catástrofe de Fukushima ha producido gran conmoción, pese a que en su país no quepa esperar fuertes terremotos, y mucho menos tsunamis, al menos en la presente era geológica. Ha tenido más impacto que Chernóbil (1986), que causó más víctimas, precisamente por haber ocurrido en un país muy avanzado, Japón, y no en la oscura Unión Soviética.

También ha sido notable el avance de la opinión contraria en Francia, campeona de la energía nuclear (tres cuartas partes de su producción eléctrica son de ese origen). Ahora bien, otra encuesta, de Ifop, detecta poco radicalismo entre los franceses: solo el 15% quieren que se cierren las centrales cuanto antes, mientras el 62% prefiere una retirada gradual, a lo largo de los próximos 25 años.

En fin, resultados tan dispares, dentro del crecimiento general de la opinión en contra, indica que la postura sobre la energía nuclear no depende solo de la magnitud de un accidente –y el de Fukushima ha sido muy grave– y que la percepción del riesgo no sigue una pauta clara. ¿No podríamos hacer las cuentas de costes y beneficios?

Potencia nuclear

La ventaja de la energía nuclear es que da energía eléctrica en abundancia, barata y limpia.

Las centrales nucleares pueden asegurar el suministro eléctrico básico dejando para las térmicas, mucho más regulables, atender los picos de demanda. Las fuentes renovables, por su parte, hasta ahora solo pueden ser complementarias, pues nunca es seguro que sople el viento o haya cielos despejados en las horas punta. El rendimiento de las centrales nucleares es muy superior. Por ejemplo, en Alemania sumaban en 2010 el 15% de la potencia total instalada pero dieron el 23% de la producción, mientras que las renovables, con más del 25% de la potencia instalada, produjeron el 17% de la electricidad.

También gracias a su inigualable potencia, una central nuclear genera electricidad a bajo costo. Pero solo una vez amortizada la colosal inversión necesaria para construirla, y sin contar las subvenciones, que en Alemania ascendieron a 4.100 millones de euros el año pasado, según cálculos del Forum Ökologische-Soziale Markwirtschaft. La energía nuclear se beneficia también de ayudas públicas en forma de limitación de la responsabilidad civil, de modo que las compañías operadoras no tengan que suscribir en el mercado pólizas de seguros para cubrir los daños por un accidente grave. Así que la electricidad de origen nuclear es barata si se atiende a los costos operativos; sumando todos no resulta tan competitiva.

Claro que también los combustibles fósiles tienen subvenciones ocultas en la medida en que no se repercute en el precio la contaminación que producen. Los mercados de derechos de emisiones, como el que funciona en la Unión Europea, tratan de corregir esta anomalía.

Y ni siquiera la energía renovable está limpia de subsidios. En Alemania y en España, los distribuidores tienen que comprar primero toda la producción eólica o solar, aunque es más cara. Este estímulo funciona: la prueba es la expansión de las fuentes renovables en ambos países, en buena parte por la entrada de las compañías eléctricas, para cosechar con una mano las subvenciones que con la otra contribuyen a sufragar.

En fin, las centrales nucleares son limpias porque no emiten a la atmósfera gases de efecto invernadero. Pero, naturalmente, exigen el almacenamiento de sus residuos, que conservan su poder dañino durante miles de años. Esto, junto con el peligro de escape radiactivo en caso de accidente, es la gran desventaja de la energía nuclear y la razón de que tenga firmes enemigos.

Dos experimentos

Japón y Alemania se han convertido en un banco de pruebas para experimentar la renuncia a la energía nuclear.

Hasta el terremoto de marzo, Japón contaba 54 reactores que le daban cerca del 30% de la electricidad. Son fruto de una expansión nuclear iniciada a raíz de la crisis del petróleo en 1973, cuando el país, pobre en fuentes de energía, comprobó dolorosamente su fuerte dependencia de Oriente Próximo.

Después del accidente de Fukushima, se fueron parando reactores a medida que les llegaba el momento de la inspección obligatoria (cada 13 meses). No se ha autorizado ponerlos en marcha de nuevo, y si con los demás se hace lo mismo, en la próxima primavera no quedará ninguno en funcionamiento. Si el parón nuclear se prolonga un año, se estima que el PIB bajará un 3,6% y se perderán cerca de 200.000 empleos.

La desconexión de las centrales nucleares viene a suponer la pérdida de unos 400 millones de kilovatios-hora diarios. Si no hubo apagones en el cálido verano fue gracias a los sacrificios del público, que bajaron la demanda un 20%. La gente renunció a la refrigeración, ponía la lavadora por la noche, algunas fábricas adoptaron la jornada nocturna y otras cerraron jueves y viernes y los cambiaron por sábados y domingos.

A la vez, se empezó a buscar sustitutos de los reactores. El único remedio rápido es aumentar el recurso a los combustibles fósiles, que antes de Fukushima daban el 63% de la electricidad, incluido un 25% generado quemando carbón, el más contaminante de todos. El aporte de las energías renovables es apenas del 10%, casi todo de la hidroeléctrica. El gobierno se propone subirlo al 20% antes de 2025.

Pero mientras tanto, hay que volver a poner en marcha centrales térmicas que estaban cerradas y aumentar las importaciones de combustibles fósiles. Fukushima ha dado prácticamente el tiro de gracia a la negociación para renovar el protocolo de Kioto, al rechazar Japón cualquier meta vinculante de reducción de emisiones, que ve imposible de cumplir.

Milagro alemán

Poco después de Fukushima se dio la drástica reacción de Alemania. Sin embargo, el brusco giro de la canciller Angela Merkel al decidir el cese definitivo de la energía nuclear en 2022, en realidad no cambia el curso del país. Simplemente restaura el plan anterior, adoptado en 2002 por la coalición de socialdemócratas y ecologistas y brevemente interrumpido hace un año por el gobierno actual de democristianos y liberales, que quiso dilatar hasta 2036 el cierre de la última central nuclear. La única diferencia, aunque no pequeña, es que a raíz de Fukushima Merkel ha acelerado el proceso.

En marzo mismo, el gobierno alemán ordenó un estudio sobre seguridad de las centrales nucleares y paró las siete más antiguas (otra más ya estaba inactiva), que no volverán a funcionar; ahora quedan nueve. En seguida, el país pasó de exportador neto de electricidad a importador neto. Tuvo que comprar a Francia y a la República Checa, que por cierto obtienen, respectivamente, tres cuartos y un tercio de su producción mediante reactores. También hubo que aumentar la producción de las centrales térmicas; las compañías eléctricas, por tanto, acudieron a comprar más derechos de emisión en el mercado europeo, y el precio subió un 11%.

Pese a esta emergencia, Alemania está en el buen camino para sustituir gradualmente la energía nuclear. En la primera década del siglo bajó del 30% al 23% la electricidad de origen nuclear, y subió del 6,6% al 17% la de fuentes renovables. El gobierno se propone ahora duplicar la parte de las renovables en los próximos nueve años y aumentarla al 80% en 2050. Pero mientras tanto, el carbón reforzará su primer puesto en la generación de electricidad (41% en 2010) y Alemania emitirá unos 370 millones de toneladas de CO2 adicionales. Esto último no es tan grave, pues el país ya ha cumplido de sobra la meta de Kioto: sus emisiones en 2009 estaban ya más de un 20% por debajo del nivel de referencia, el de 1990.

Kioto está más lejos sin energía nuclear

Por eso, el gobierno alemán cree que el apagón nuclear no impedirá cumplir la meta de bajar las emisiones de CO2 en 2020 un 40% con respecto a las de 1990. No todos son tan optimistas.

Laszlo Varro, de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), considera la decisión alemana “una noticia muy mala para la política del clima”. “No estamos lejos de perder una batalla –añade, en referencia a la renovación del protocolo de Kioto–, y bajar la energía nuclear pone las cosas innecesariamente difíciles”.

La AIE prevé que el mayor recurso a los combustibles fósiles por parte de Alemania y Japón hará que aumente el precio de la energía en todo el mundo. En junio, la agencia revisó sus estimaciones de la demanda de gas natural, y duplicó la previsión de crecimiento hasta 2020, del 4,8% al 9,5%. Se basó, entre otras razones, en que Alemania tendrá que importar más gas, se supone que principalmente de Rusia, a la que compra ya casi el 40% de lo que consume.

¿Gasto o inversión?

Es posible, pues, prescindir de la energía nuclear sin echar más humo; pero barato no va a salir. Durante la transición, la factura de la luz para el hogar medio alemán subirá de 35 a 40 euros al año, según cálculos del Ministerio de Economía. Un encarecimiento mucho mayor caerá sobre los grandes consumidores; por eso el gobierno ha previsto un fondo para compensar a tales empresas.

Aumentar el recurso a las fuentes renovables exige reformar la red eléctrica. No hay viento o sol en todas partes, y la red alemana actual no permite llevar la producción a cualquier punto. Según la Agencia Alemana de la Energía, harán falta 3.500 km de nuevas líneas de alta tensión, que costarán unos 950 millones de euros anuales durante los próximos siete años. Si no, de poco serviría otra medida del gobierno, crear un fondo de 5.000 millones de euros para construir parques eólicos en el mar.

Tampoco Japón tiene una red adecuada, lo que en su caso se agrava con un mercado eléctrico ineficiente. El suministro está en manos de diez monopolios regionales; la falta de competencia hace que los consumidores japoneses paguen tarifas muy elevadas: el doble que los norteamericanos o franceses, el triple que los coreanos. Las compañías eléctricas no tienen estímulo para bajar costos, pues sus márgenes de beneficio están fijados por el gobierno, de modo que ganan más cuanto más gastan en producir. Los usuarios no tienen motivo para ahorrar en horas punta y consumir cuando hay menor demanda, pues la tarifa es plana.

Además, el país tiene dos redes eléctricas (oeste y este), que funcionan a distintas frecuencias y solo se comunican a través de algunas estaciones conversoras; por tanto, no es posible pasar grandes cantidades de electricidad de una a otra en caso de necesidad, como la que se dio el verano pasado en la región de Tokio por el accidente de Fukushima.

Lo anterior muestra que un problema puede ser una oportunidad. Tener que suplir la energía nuclear es un incentivo para acometer mejoras que con ella no eran urgentes. La abundancia incita a malgastar, mientras que la escasez suele llevar a aumentar la eficiencia. Así, el gobierno alemán también va a estimular el ahorro de energía con 1.500 millones de euros en subvenciones para el aislamiento térmico de viviendas (aunque los hogares alemanes ya son muy eficientes: gastan la mitad de electricidad que los norteamericanos). El abandono de la energía nuclear lleva recursos a otros sectores. Se trata de que el costo que implica se convierta en inversión.

  
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