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La metedura de pata de Brown: las cinco claves de un desastre Redacción (NJ) (Apr 29, 2010) Internacional |
El encuentro de Gordon Brown con la viuda Gillian Duffy ha conmocionado para siempre la campaña electoral británica. Hay quien dice que certificará el final político del 'premier' y quien piensa en cambio que no tendrá influencia en la contienda. De lo que no cabe duda es que se recordará como uno de los dos momentos clave de la campaña: el otro fue el debate que inició el 'efecto Clegg'.
¿Pero por qué es tan relevante el encontronazo entre Brown y Gillian Duffy? He aquí algunas de las claves por las que no es un incidente más.
1. Una campaña norcoreana. Todos los partidos británicos intentan evitar situaciones embarazosas para sus líderes. Pero esta premisa es especialmente cierta en el caso de Gordon Brown. Sus rivales se han enfrentado a preguntas espontáneas en colegios e institutos. A él lo han llevado de acto en acto como si fuera Salman Rushdie. Siempre rodeado de simpatizantes laboristas y siempre protegido frente a un posible arranque de ira popular. El sábado sus esbirros advirtieron a la prensa que el 'premier' cambiaría de estrategia y hablaría a partir de ahora con gente real. La primera fue la señora Duffy.
2. Not 'flash', 'just' Gordon. El candidato laborista sabe que no es un político con carisma. Por eso a menudo se retrata como un líder concienzudo y maduro, garante de una sinceridad en las antípodas de la teatralidad de Blair. Pero ayer ese mito cayó y el incidente le desnudó como un político embustero y arrogante. Capaz de piropear el abrigo de la viuda y preguntarle entre risas por sus nietos y acto seguido insultarla en el coche con un lenguaje desabrido y manipulador. Lo de menos es el insulto. Lo de más, la charleta falsa que lo precede y retrata a Brown como un hipócrita capaz de poner una cara delante del ciudadano y otra muy distinta a espaldas de él. La disculpa posterior no hace sino reforzar la impresión de falsedad.
3. El lugar del crimen. Rochdale es una de las circunscripciones que decidirán el resultado de los comicios. Allí ganaron en 2005 los liberal-demócratas. Pero sólo por un puñado de votos. Un resultado que ponía el escaño al alcance del laborismo hasta que se produjo la metedura de pata de Brown. Lo peor para el 'premier' es que el incidente podría influir en circunscripciones similares del Norte de Inglaterra. Lugares donde los laboristas luchan codo con codo con los dos grandes partidos o donde intenta abrirse paso el partido de Nick Clegg. Es importante saber cómo ha influido el asunto en esas circunscripciones. Sobre todo entre los grupos que están sosteniendo la bandera mustia del laborismo: jubilados, desempleados y miembros de las clases menos pudientes. Por ejemplo Duffy.
4. La irrupción de la inmigración. Hasta ayer era el asunto sordo de la campaña. El problema del que ninguno de los tres grandes partidos quería hablar. Un hecho insólito teniendo en cuenta que se trata del segundo asunto que más preocupa a los ciudadanos pero comprensible: ni a Brown ni a Cameron ni a Clegg les viene bien hablar de él. La reacción de Brown a las palabras de la viuda sobre los europeos del Este es un desastre en términos de relaciones públicas. Y no sólo porque Duffy se confesara votante laborista sino porque su preocupación la comparten millones de votantes de este partido. Ciudadanos blancos de clase obrera olvidados por el nuevo laborismo, más preocupado de encontrar mano de obra barata para financiar el boom económico que de fomentar la diversidad racial. Al llamar "fanática" a la viuda, Brown se lo está llamando a todos los ciudadanos que comparten sus inquietudes. Y son muchos y podrían haberle votado a él.
5. El verdadero rostro de Brown. El incidente aporta luz sobre el carácter del candidato laborista. Mejor dicho, confirma lo que es un secreto a voces en los pasillos de Westminster: que el 'premier' es un ser mezquino y desabrido con las personas que trabajan a su lado. El primer instinto de Brown, aún en el coche, es echarle la culpa de su encuentro con la viuda a Sue Nye, su asesora de cabecera desde hace más de 20 años. El segundo es culpar a los chicos de la tele, olvidando que fueron precisamente los 'fontaneros' laboristas los que insistieron en colocarle un micrófono inalámbrico al primer ministro. ¿Por qué? Porque querían que los británicos vieran cómo se encontraba con personas reales. Tan reales como Gillian Duffy. |
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