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Mi entrañable cajero Eduardo Vicente (Nov 28, 2008) Cultura para Jóvenes |
Hace tiempo mi madre me mandaba cada día 30 a ingresar dinero a mi caja. Allí siempre era atendido por un chico joven, de algo menos de 30 años. Su aspecto era siempre impecable: traje, corbata, pelo engominado, bien afeitado... y el trato con los clientes, al menos conmigo, era exquisito. Y así, mes a mes, de visita en visita, fui familiarizándome con este agradable cajero.
Pero un día me llevé una triste sorpresa cuando entré a la Caja. En su lugar había una chica. Cuando llegó mi turno, le pregunté por el cajero que solía haber en su lugar y ahí recibí un duro golpe: se le había acabado el contrato y ya no trabajaba allí.
No dude en que aquel amable chico no tendría problemas en encontrar un nuevo empleo, pero... ¿por qué no le renovarían? ¿habría pasado algo con él? Trate de hacer memoria y recordé que en una ocasión tuvo un grave error conmigo, al contar mal el dinero que le había entregado. Quizá un error como ese fue el que le hizo perder el puesto. Aunque tampoco me entraba en la cabeza que alguien pudiera enfadarse con él, ya que era una de esas personas a las que se le perdonan todo.
Pasaron los días y los meses. Mis visitas a la Caja tenían otro sabor y siempre recordaba aquellos días en los que la elegancia y el saber estar del entrañable cajero hacían mas agradable el tiempo que estaba allí.
Un día, en la biblioteca, al salir, vi que estaba leyendo el periódico alguien muy parecido a él, me acerqué y... ¡era él! Allí estaba, vestido más informal que en el trabajo, pero totalmente elegante, con su pelo engominado, sus gafas... y leyendo el periódico ¡era tan propio de él! Sonreí con satisfacción, el entrañable chico de la Caja seguía como siempre. |
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