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Conocer el IslamLos Amiríes y el final del Califato
Mª Pilar Zaldívar (Apr 02, 2008) Conocer el Islam

Como quedó explicado en el artículo anterior, Ibn Abi Amir (Almanzor) creó la dinastía Amirí. Éste era un hecho inaudito en al-Andalus, pues los cargos de la administración del estado nunca habían pasado de padres a hijos, el único título que se heredaba era el de califa. Sin embargo, Almanzor, que murió en campaña militar fuera de Córdoba, consiguió que su cargo de “hayib” fuera ocupado por su hijo al-Muzaffar en 1002.

Este personaje fue mucho menos brillante que su padre, pero supo mantener el status quo que él le había legado respetando formalmente la figura del califa Hisam, pero manteniéndolo realmente alejado del poder. Durante seis años (1002-1008) logró sostener la ficción, pero murió dejando la obra de su padre en manos su hermano, Abd al-Rahman Sanyul (o Sanchuelo, como es conocido en las crónicas cristianas).

Sanchuelo cometió el error imperdonable que habían evitado sus dos predecesores: quiso prescindir de Hisam y convertirse en califa. Esto desató la cólera de los partidarios de los Omeya y provocó en 1009 un levantamiento que degeneró en guerra civil (o “fitna”).

Así se inauguró un periodo de gran confusión en el que se multiplicaron los candidatos al califato. El califa legítimo, Hisam, fue dado por muerto cuando convino a los intereses partidistas y se le presentó vivo de nuevo cuando se estimó oportuno. Raro fue el omeya (por remotos que fueran sus vínculos con la familia del Profeta) que no aspiró al trono en aquellos años de destrucción y desolación.

Se inició un éxodo masivo y muchos fueron intelectuales huyeron de Córdoba y de los lugares más conflictivos hacia las tierras del norte de al-Andalus donde la situación era más tranquila.
Se vivieron veinte años de guerra, inestabilidad y descontrol que terminaron en 1031 con la disolución oficial del califato. Desapareció definitivamente el poder central de Córdoba y al-Andalus se rompió en pedazos dando lugar a la aparición de las “taifas”, reinos independientes gobernados por los señores locales que a partir de ese momento comenzaron a llamarse reyes o sultanes.
La fragmentación política fue el principio del fin de al-Andalus porque la desunión llevó también a la fragmentación de las fuerzas económicas y militares.

Cada una de las taifas tenía mucho menos poder del que tuvo el califato en su conjunto y se hicieron necesarios los pactos con distintos reinos para poder sobrevivir. En estas ocasiones no importaba la religión, y no fueron pocos los casos en los que una taifa musulmana pactó con un reino cristiano contra otra taifa musulmana por puro interés.

La debilitación de las taifas fue tan importante que los reinos cristianos se vieron con fuerza como para imponer las “parias”, unos tributos que exigían a los reyes musulmanes a cambio de mantener la paz. De esta manera, los musulmanes se debilitaban al tiempo que contribuían a aumentar las fuerzas de los cristianos.




  
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