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Educación y Familia

EDUCACIÓN  •  12-12-2005

Si la Calle Fuera Paraíso
Ana Rosa Bel

"El País, en la calle", así rezaba el último artículo de Jaime Campmany. Sagaz e irónico, Campmany se despedía de sus lectores sin saber que realmente lo estaba haciendo para siempre, dejando en las rotativas del periódico, todavía calientes y sin imprimir, una de sus crónicas más acertadas. "Y todavía queda por salir" afirma al final de la columna, a modo de adiós este maestro del periodismo.

Ahora, a la derecha que recibió el periodo vacacional lanzando pancartas a favor de los derechos de la familia y de la unidad del archivo de Salamanca, se le ha unido parte de la izquierda, y ambas comparten espacio para luchar contra uno de los errores más garrafales del nuevo gobierno: la nueva ley orgánica de educación. Y es que, la terquedad hace milagros y une hasta los extremos más distanciados.

En esta gran aula llamada país, lo único que no cuadra son las cuentas de la pizarra porque a los ciudadanos que hemos protestado contra la nueva ley de anti-educación, si es que puede llamársela de alguna manera, se nos han cerrado las puertas. Se ha dado portazo, en primer lugar, a las familias, que con la aprobación de esta nueva ley no pueden optar por el centro educativo que deseen. A pesar de que el Subsecretario del Ministerio de Educación, Fernando Urrea, afirma que se mantienen las pautas de la LODE, aplicadas desde hace veinte años, basta con leer las Comisiones de garantía de admisión de alumnos en el artículo 86.2 de la LOE para comprobar que no es cierto.

La intención del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, inicialmente buena, ya que trata de mejorar la educación en España y conseguir mejores resultados académicos en relación con el resto de países de la Unión Europea, queda en agua de borrajas por varias razones. Los medios que se ponen a disposición del alumno y del profesorado empeoran la pésima situación de la educación que llevamos arrastrando durante décadas.

Décadas también y siglos de religión católica en España, y ahora se pretende eliminarla del currículo. Según el ejecutivo parece ser una asignatura reñida con el espíritu abierto y tolerante de la Constitución, y hay que arrinconarla o al menos que parezca un castigo para los niños que la cursan. En contraposición, lo único que se pretende desde los sectores católicos es que se ponga una alternativa a la religión y que los profesores de dicha asignatura reciban el mismo trato que el resto.

Si bien se contempla la nueva situación del país en la que los inmigrantes juegan un papel relevante, los artículos 78 y 79 prevén ayudas especiales para ellos y para sus familias no se intenta mejorar en absoluto la indisciplina de las aulas. En realidad basta el sentido común para palpar lo evidente, y considero que no es una materia que deba incluirse en la nueva Ley Orgánica sobre Educación sino que se aprende con la experiencia. No en vano la escritora Ana María Matute afirmaba que la vida es la gran universidad. Hablamos de falta de sentido común por parte del gobierno porque al ciudadano medio le cuesta comprender que cualquier pupilo maduro y preocupado por su formación pueda decidir si prefiere jugar un partido de fútbol o asistir a una entretenida sesión de ecuaciones y logaritmos. Y es que son las nuevas reglas. Si diez alumnos deciden que no quieren dar clase y se lo comunican a la dirección, están en su derecho a abandonar el aula. Así se establece en las disposiciones preliminares de la nueva ley, concretamente en la reforma que se hace al artículo ocho de la Ley Orgánica de Educación de 1985.

El problema que plantea este punto tan democrático de la LOE es que un día podemos acabar todos en la calle, izquierda y derecha, mayores, y niños sin ganas de asistir a clase. Más tarde, también lo harán los jóvenes, que a raíz de haber pasado demasiado tiempo en la calle, en democracia ya se sabe, le hayan cogido el gusto. A todo se acostumbra uno, y quizás entonces no sea demasiado grave para ellos el hecho de no encontrar trabajo y no poder competir con el resto de sus conciudadanos europeos. José Luis Rodríguez Zapatero debe recapacitar antes de que la calle se convierta en el paraíso de españolitos y españolitas, y no le faltaba razón a Jaime Campmany.