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CINE  •  22-10-2005

La Deshumanización de la Economía según Costa-Gavras
Enrique Marqués (NJ) Enviado Especial

Los "Semanistas" (término con el que al parecer somos conocidos los fans de este apasionante y acogedor festival) estábamos de enhorabuena este viernes. Comenzaba una nueva edición de la Seminci, que cumple medio siglo de irregular existencia, pero que llegada a esta redonda cifra es una cita ineludible en el calendario de cualquier cinéfilo.

El honor de inaugurar la sección oficial del certamen pucelano correspondía al cineasta griego, afincado en Francia, Constantin Costa-Gavras, que presentaba su película Arcadia junto a su actor principal, el hispanofrancés José García. El pase de prensa de primera hora de la tarde no fue muy concurrido, habida cuenta de que se proyectaba también tras la ceremonia de inauguración, pero el recibimiento fue moderadamente positivo. Se trata de una atractiva e interesante película, sobre un tipo que pierde su trabajo tras una "reorganización" de la empresa, y que, desesperado tras dos años en paro, decide pasar radicalmente a la acción e ir contra su moral de padre de familia para encontrar un nuevo trabajo.

Pese a su importante mensaje anticapitalista, no se trata sin embargo de un panfleto político, puesto que el veterano director y su coguionista prefieren centrarse en el aspecto social y contar el drama humano del protagonista y su familia. Y realmente se ve muy bien, por su desenfado y porque no llega a tomarse demasiado en serio a sí misma debido al mencionado tono cómico. Arcadia se beneficia, además, del carisma y la expresividad del actor José García, y en un papel secundario, del siempre excelente Olivier Gourmet. La 50 Seminci comienza, por tanto, con buen pie, con una atractiva, entretenida e interesante película, a la que le sobra algo de metraje pero que se ve todo el tiempo con agrado.

La pelota nacional

También en esta primera jornada se presentaba a la prensa la película china Ping Pong mongol, Ping Pong mongolun curioso y bello trabajo que retrata de manera costumbrista y cercana al documental la vida de los pastores mongoles, centrando su argumento en el descubrimiento por parte de unos niños de una pelota de ping pong, ignorando de qué se trata realmente, y otorgándole por tanto divertidas y disparatadas interpretaciones, que provocaron en más de una ocasión la carcajada de público. Está bellamente planificada y contiene buenos golpes de humor, pero sus autores han preferido estirar el mínimo argumento en vez de realizar lo que hubiera sido un magnífico cortometraje.

Punto de encuentro

Y en la sección paralela del festival, este sábado este cronista se ha metido por los ojos dos dispares películas, que compartían sin embargo la firme voluntad anticomercial de sus propuestas. La primera era Keller (Sótano), que proviene de Austria, y no es de extrañar, porque se ve reflejado en su radicalidad influenciasKeller del cineasta austriaco más prestigioso del momento, Michel Haneke, del que esperamos ver con impaciencia en esta edición su último trabajo, Caché. Keller nos cuenta la apatía de dos adolescentes algo desarraigados que un día, tras un incidente en el supermercado, deciden secuestrar a la cajera y encerrarla en un sótano abandonado. Es interesante y se agradece su respeto por la inteligencia del espectador, al que le deja tomar parte en la interpretación de la película, y al que ofrece interesantes reflexiones sobre la ambigua relación de los dos protagonistas, que no excluyen la homosexualidad reprimida, la locura, y la insostenible situación de algunos individuos en las sociedades del bienestar.

La segunda era belga, El color de las palabras, y es una bienintencionada, aunque finalmente fallida película en torno a la disfasia, enfermedad que impide la total comprensión del lenguaje y el habla de las personas que la padecen. Se centra en una mujer que disfásica que pretende recuperar a su hijo pequeño. Aburre en líneas generales, pero al menos tiene la decencia de no dejar asomar en ningún momento la sensiblería y mojigatería con la que Hollywood abordaría una película con el mismo material. Es decir, esto no es Yo soy Sam, ni su protagonista tiene que hacer absurdas muecas ni llorar tanto como Sean Penn.