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LIBROS  •  30-5-2005

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote el Solidario
Juan Ramón Junqueras

Los clásicos tienen magia, tienen algo muy especial que distingue a muy pocos libros entre miles de obras aparentemente equivalentes. "Eso" los hace sobrevivir durante generaciones.

¿Qué es "eso" que tiene el Quijote, que le ha hecho perdurar durante cuatro siglos ya? A mi entender, que la columna vertebral de esta narración es la lucha sin cuartel a favor de la solidaridad, el amor, la justicia y el valor del diálogo. Y continúa, hoy, dándonos claves sobre la importancia de construir proyectos en favor de los más débiles, y de persistir en el espíritu de la utopía, esto es, de construir esperanza y sueños en entornos adversos. Entendiendo que utopía no es lo imposible, sino lo que aún no tiene lugar (en griego u-topos). Si preparamos lugar para la esperanza, para la justicia, para la solidaridad, habremos conseguido la utopía.

Me atrevo a pensar que en las numerosas conversaciones entre Don Quijote y Sancho, surge la chispa del respeto al otro, a la diferencia, que lleva al hidalgo a perseguir derechos fundamentales, independientemente de que estos estuviesen reconocidos o no por las leyes humanas; y lucha a brazo partido por la vida, la libertad, la dignidad, la integridad física y moral.

Emocionante es, sin duda, uno de los pasajes del Quijote que encuentro más íntimamente vinculado a los derechos humanos. Es el conocido por Los Galeotes, "De la libertad que dio Don Quijote a muchos que, mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir" (Libro Primero, capítulo XXII).

Al comenzar la aventura de los galeotes (gente condenada a remar en las galeras por cometer algún delito) Don Quijote los ve ir "a pie, ensartados como cuentas de una gran cadena de hierro, por los cuellos, y todos con esposas en las manos".

Encadenar por el cuello a los reos era, evidentemente, un tratamiento humillante; condenar a galeras al ladrón de una canasta de ropa, desproporcionado; torturar para obtener una confesión, una enorme crueldad. Al liberar a los galeotes, Don Quijote restaura sus derechos, violados por una administración de justicia propia de bárbaros. Después de este incidente, y cuando la Santa Hermandad lo busca para prenderlo como salteador de caminos, el hidalgo exclama: "¿Saltear caminos llamáis a dar libertad a los encadenados, soltar a los presos, socorrer a los miserables, alzar a los caídos, ayudar a los menesterosos? ¡Ah, gente infame, digna de vuestro bajo y vil entendimiento...!".

Y es que en las locuras de Don Quijote se adivina una aguda intuición solidaria, que lo conduce a buscar lo justo, por lo que el genio y figura del hidalgo manchego no son tan sólo una encarnación más del mito del héroe, sino una actitud ante la vida y ante la defensa de los más débiles.

Porque detrás de los famosos molinos, de los campestres y bucólicos molinos que todos admiramos sin temor hay, aunque no nos demos cuenta, y como sólo Don Quijote adivinaba, gigantes reales escondidos, agazapados, manejando las inofensivas aspas, y convirtiéndolas en instrumentos de injusticia y terror.

Sólo los quijotes son capaces de ver el peligro de la indolencia, del alarmante dejarse llevar, sin preocupación, por los vientos de la insolidaridad que hoy empujan a los hombres. Don Quijote llega a darse cuenta de que las aspas que se dejan mover al antojo de corrientes insanas son culpables, ellas también, de la injusticia de este mundo, por omisión, por dejación. Porque cada vez que los hombres y las mujeres miran a otro lado cuando se enfrentan cara a cara con la pobreza de los otros, se convierten en los monstruosos brazos de un gigante hambriento.

Y si la próxima vez que nos crucemos con un quijote, uno de esos que andan por los calles de nuestra ciudad empeñados en desfacer entuertos, percibimos que se nos queda mirando con cara extraña, quizás es que esté viendo asomar tras de nosotros, incipiente aún pero voraz, al sanguinario gigante de la insolidaridad.