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MÚSICA  •  21-6-2004

El Día que el Metal Invadió Zaragoza
Héctor Mendal (NJ)

32.000 personas, embutidas en negro cuero la mayoría de ellas, disfrutaron en La Romareda de uno de los mejores espectáculos del heavy metal actual: ver actuar juntos a Slipknot y Metallica.

Una mañana normal de un sábado más de un caluroso mes de junio. Uno se sube al autobús de la línea número 40 y, al pasar por el estadio de La Romareda a las 9 de la mañana,observa que algunas decenas de personas permanecen sentadas a las puertas del vetusto estadio zaragozano. Lee la información de la prensa escrita y recae en una información que pasa desapercibida para el ciudadano de a pie, pero no para el amante del heavy metal: 19 de junio de 2004, concierto de Metallica en La Romareda. He aquí el quid de la cuestión.

Son las 17.40 de la tarde y, en un autobús de la misma línea, el arriba firmante se dirige al estadio donde se suelen vislumbrar los logros y decepciones del Real Zaragoza. A las pocas paradas, un aluvión de melenudos lo toma; con sus camisetas negras y sus ganas de marcha, se arrancan a cantar "No nos vamos al concierto, no nos vamos al concierto... al concierto de Bisbal, tralará". Ello, unido a una visión del Paseo Independencia tomado, literalmente, por personas de entre 25 y 30 años con las melenas al viento, le hacía presagiar al más pintado que el heavy metal había tomado Zaragoza.

Instantes antes del concierto, nos damos una vuelta por los aledaños de La Romareda y allí encontramos personas procedentes de todos los rincones de España: andaluces, asturianos, riojanos o navarros no se querían perder el único concierto que Metallica iba a dar en España en su gira europea. Litros de cerveza, de kalimotxo o de whisky eran mezclados con tabaco (y a veces con ésta y otra planta) al mismo tiempo que los vendedores ambulantes de bebida o de camisetas hacían su agosto (36 euros por una camiseta de Metallica).
Trujillo, bajista de Metallica, toda una máquina
Una vez dentro del estadio comprobamos que La Romareda, acostumbrada a teñirse de blanco y azul, lo había hecho, esta vez, de negro. Y no era negro de chapapote; era negro de puro heavy metal. A las 19.30 de la tarde casi 20.000 personas estaban preparadas para desplegar sobre el césped (cubierto con una pírrica capa de plástico que se rompió a las primeras de cambio) toda su simbología siniestra. La edad de los asistentes era muy variada: desde quinceañeros cautivados por el nuevo metal hasta padres de familia que desenpolvaron las viejas camisetas y los pantalones de cuero para disfrutar de Metallica.

Faltaban cinco minutos para las ocho de la tarde cuando el primer grupo de la noche saltaba a escena. Los ocho músicos de Lostprophets caldearon el ambiente de la noche zaragozana a base de derrochar empeño y esfuerzo sobre el escenario. Tan solo media hora duró su intervención.

A las 20.55 comenzaron a salir al escenario ocho personas maqueadas con máscaras en su rostro y mono de trabajo negro. Eran Slipknot. Y, a juzgar por el recibimiento del público, nadie diría que eran los teloneros: bengalas y banderas al viento recibieron a "los payasos de Iowa". Y Slipknot no defraudaron: durante algo más de una hora demostraron por qué a su espectáculo se le considera uno de los mejores del mundo en la escena heavy: cuidada coreografía sin parar de moverse en ningún momento, utilizando aproximadamente medio centenar de baquetas y golpeando, incluso, la percusión con un bate de béisbol. Mención especial para el batería del grupo, al que más de uno le imploró que cesase de golpear sus instrumentos puesto que "a ese ritmo le iba a dar un infarto". Un espectáculo no apto para cardíacos representado por ocho individuos haciendo ruido como si Freddy Krueger y Jason, de "Viernes 13" se hubieran encontrado en una fiesta. La complicidad de Corey Taylor, cantante de la banda, con el público, hizo el resto: "Tengo los huevos muy grandes, ¿dónde está el loco español?" repitió en varias ocasiones.

Tras Slipknot, muchos aprovecharon para acercarse por primera vez a las barras de bar (entre otros, 35.000 litros de cerveza estaban preparados para refrescar el gaznate) y casi todos se sintieron decepcionados. En primer lugar, por los precios: 7'5 euros el litro de cerveza, 2'5 la cerveza de tercio, 4 euros el tubo de licor o 1'5 la botella de agua de 33 centilitros eran precios excesivos teniendo en cuenta que la entrada al concierto había costado unos 40 euros. En segundo lugar: el tiempo de espera. La escasez de camareros y de vasos de plástico hizo que, muchos asistentes, tuvieran que esperar más de media hora en la barra para obtener un litro de cerveza en una botella de un litro de algún refresco de cola.

El público mitigó la espera, además, haciendo la ola al grito del típico "oé, oé, oé", tantas veces coreado en La Romareda. Metallica no tardó mucho en aparecer. A las 22.45 se apagaron todas las luces del recinto y dos pantallas gigantes ascendieron al escenario. James Hetfield y la banda californiana saltaron al escenario haciendo valer los 300.000 vatios de luz y sonido que los acompañaban y desplegaron todo su potencial durante más de dos horas y veinte minutos de concierto en los que Metallica demostró por qué es una de las bandas de heavy que más éxito tiene actualmente (sólo comparable a AC/DC), encandilando a un público de entre 15 y 40 años. Todo un logro.

Un auténtico éxito de público y de diversión el conseguido por los tres grupos que llenaron La Romareda. El guante al Ayuntamiento de Zaragoza en la noche del 19 de junio se lo tiró más de uno: tras los Rolling Stones y Metallica, el próximo objetivo debe ser AC/DC. Los aficionados al metal esperan que, la noche del 19 de junio, no sea la última de gran metal en la ciudad de Zaragoza.