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SOCIEDAD 17-5-2004
Una Historia de la Brujería
Ángel Burbano (NJ)
Vuelven tiempos oscuros de brujas y extrañas artes, arcanos conocimientos y profundas intenciones. Supersticiones y deseos, anhelos y maldiciones. Desde la realidad y desde la fantasía, con sueños y pesadillas, desde la ciencia hasta la literatura. Ellos lo saben, los que la condenan y los que la practican; los estudiosos y los practicantes. Será que nunca nos ha abandonado; escribamos una breve historia de la brujería y las mujeres que la representaron, estudiaron y ... practicaron.
Un cínico del siglo XX dijo una sentencia que aún hoy retumba en mi interior cual tañido mágico de no se sabe bien qué campana: "Desde que matamos a Dios creemos en cualquier cosa". Pero aún cuando la ciencia se desvinculó definitivamente de la religión, el Ser Humano no dejó de pensar en algo trascendente. Ni siquiera cuando Freud puso al hombre (psicológico) en el centro de todo, se dejó de pensar y de rendir culto en algo trascendental. Creer, esa cualidad optativa del hombre que nos atañe aquí.
Hablar de brujería es fácil. Es sencillo poner los tópicos encima de la mesa. Muchos de esos arquetipos históricos hoy en día se caen por su propio peso gracias al esfuerzo que se está haciendo para aclarar la leyenda negra de España. Inquisición, brujas, aquelarres... Todo tiene una explicación o casi. En España, en cuestiones brujeriles creo que todos somos hijos de Julio Caro Baroja. Gracias a él entendemos y comprendemos las creencias que dieron motivos a la sociedad occidental para encomendarse a Dios en contra del diablo. Uno de esos "hijos" de Caro Baroja es Rafael M. Mérida Jiménez. Hombre de letras (para ser exactos, Doctor en Filología Hispánica) que ha escrito un mal titulado "El gran libro de las brujas" (RBA Libros, 2004). Digo mal titulado porque debería llamarse breve historia de la brujería occidental a tenor de lo ciclópeo que abarca. En pocas palabras, Creer.
Hace mucho tiempo, cuando la memoria deja de recordar, en lugar de religión estaba la mitología (cosas muy distintas) para explicar el significado de la vida, de las cosas y del origen de todo. El hombre entonces podía comunicarse con sus dioses y con aquello que le rodeaba a través de la magia. Todo era magia, y existía créanme, simplemente porque se creía en ella. Eran tiempos en los que el Ser Humano establecía una comunión con la Naturaleza. Hoy, por supuesto, nosotros somos los dioses que sojuzgamos a hadas, duendes y, hasta hace poco, perseguíamos a las brujas. Brujas, hechiceras, encantadoras... términos que poseen diferencias y un tronco común: el conocimiento de las Artes mágicas para que esa comunión citada se produzca. Por esa razón siempre ha estado ahí esa magia antaño simpática. Lo que cambia es la mirada del que esté en el poder. Pero es que los hábitos del pensamiento se transforman.
Los grandes imperios suelen tener sus grandes religiones. Sólo en nuestros tiempos actuales es cuando el Estado como tal se vuelve laico. Pero la magia, que bella palabra, es tan antigua, porque tiene la edad de la Tierra, que los grandes imperios con sus grandes cultos la han permitido y regulado. Pero pena es que el hombre suele estropearlo todo. Cuando esas formas de comunicar mágicas suponen una competencia la cosa cambia. Las fases podrían ser las siguientes: permisión, convivencia, regulación y persecución. Estos son los estadíos sociales en los que se desarrolla todo aquello que no comulga con el poder reinante. Así se han expandido las grandes religiones, así queda menos competencia.
El libro de Mérida Jiménez se centra en Europa y termina en el siglo XVII. Y en su recorrido comprendemos cómo somos herederos de las culturas griegas y romanas (qué tiempos aquellos) y cómo ha convivido la llamada brujería con el cristianismo. Seamos o no cristianos, nos toca muy de cerca, créanme. La cuestión es que la historia se repite. El cristianismo comenzó conviviendo con muchas prácticas para acabar persiguiéndolas. Roma, en sus variadas fases políticas, hizo igual: permitir, regular e incluso perseguir algunas creencias que entre otras cosas no iban con el emperador de turno (por cierto, deificado). Desde estudiar los astros, conocer las propiedades de las hierbas, leer signos para el futuro.... todo eso y más, servía para ayudar al hombre. Tanto al pueblo llano como a las altas esferas. Incluso el cristianismo oficial, que se estableció por Teodosio en el 391 como religión del Imperio, convivía y veía con buenos ojos ciertas prácticas.
Pero, como decimos, la competencia hay que eliminarla y la historia de la llamada brujería es paralela al pensamiento cristiano. Por eso hoy, aquí y ahora hablo de brujería, de hechicería, de malas artes nigrománticas que por supuesto son diabólicas. Para no perdernos hay tres hombres claves en ese proceso de catalogación entre lo que es Dios y lo que es del Diablo. Isidoro de Sevilla, Agustín (obispo de Hipona) y Santo Tomás. Este último, el que definitivamente da la salida para la persecución de lo diabólico. El primero catalogó, el segundo creó pensamiento y el tercero lo amplió. Lo curioso del caso es que el propio cristianismo ha tenido sus propias artes mágicas. Los milagros, una cierta astrología permitida y hasta adivinación. Los milagros que vienen del lado de Dios para personas determinadas. La astrología que señaló el nacimiento de Jesús no puede ser mala. Y hasta hace poco las llamadas Suertes. Consistentes en abrir al azar los Evangelios del Nuevo Testamento para encontrar respuestas.
Por tanto, todo es subjetivo. Lo que antaño era esa comunión mágica del hombre con la Naturaleza o con los dioses, luego vino a ser diabólico. Mérida Jiménez, usa para su viaje brujeril a mujeres. Estas suelen ser las más propensas a la magia y por ende las más perseguidas por la Europa Medieval. Un machismo que aún hoy perdura. Las guías de este libro, no obstante, no son muchas. Desde divinidades como Hécate y Circe (recordamos que somos herederos de lo grecorromano) hasta personajes de nuestra cultura y literatura como la Celestina (espléndidamente estudiada en este libro). Por supuesto pasando por la materia de Bretaña (mi querido rey Arturo) y sobre todo, por la variopinta estirpe mágica española (lo cual es de agradecer) de personajes tales como Enrique de Villena, los Reyes Católicos... El recorrido es pretencioso y pasa de largo algunas estaciones, que por lo menos al que suscribe le hubiese gustado visitar de nuevo. Verbi gratia las relaciones alquímicas con el poder reinante, o la pareja semántica astronomía-astrología (usada indistintamente como compañera de viaje). Terminamos por supuesto en la desmitificación del Santo Oficio en Europa y España. Como casi siempre instrumento para el poder. De hecho España fue uno de los países que menos personas ajustició por brujería en el Viejo Continente. Eso sí, más mujeres que hombres. Alcahuetas-prostitutas (La Celestina), brujas (Zugarramurdi), moriscas (también los conversos árabes tienen mucho que mostrar)... Y el plato fuerte, una vastísima bibliografía que invita a seguir viajando.
A nosotros los aragoneses no debería cogernos desprevenidos este tema. Mi gran amigo Gustavo Adolfo Bécquer, que hasta se "encerró" en nuestro monasterio de Veruela, nos dejó no pocas leyendas recopiladas cual folclorista de los de antes. Aragón además es tierra fantástica, tanto de leyendas mágicas como de brujería. Desde los golpes (fabulosos) que dejó Roldán intentando romper su espada Durandarte (Breca de Roldán en Huesca) hasta la Tía Casca o el Duende (¿diablillo?) de Zaragoza. Por cierto que la Tía Casca fue ajusticiada por la multitud en 1850, dieciséis años después de abolida la Inquisición española. Lo cual demuestra que la mente colectiva tiene sus propias reglas y creencias (¿supersticiones?) al igual que los individuos. Siempre ha sido así y siempre lo será. Es uno de los grandes mensajes del estudio "El gran libro de las brujas". Que veamos más a la mujer bruja que al hombre brujo, no quiere decir que no los haya, que los hay. Y no sólo me refiero a Merlín, también estudiado en este viaje de Mérida Jiménez, sino a lo largo y ancho de la Historia de la humanidad. Pero como escribió Michael Ende para terminar su Historia Interminable, "Eso es otra historia que tiene que ser contada en otro sitio y en otro lugar."
Que los dioses les sean a Uds. Propicios (si lo merecen).
Para saber más (de cada bando):
Caro Baroja, Julio, "Las brujas y su mundo", Alianza, 2003 España.
Sprenger y Kramer, "Malleus maleficarum", Orión. 1975 Argentina.
Corral, José Luis, "Mitos y leyendas de Aragón", Leyere, 2002, Aragón.
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