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SOCIEDAD 29-3-2004
Malika, que Soñaba con España
Tahar Ben Jelloun / Trad. J. MĒ Puig de la Bellacasa (Publicado en LaVanguardia.es)
Malika no sabía nada de Sana; sólo que viajaba en uno de los trenes donde los terroristas habían depositado sus bombas. Malika está de duelo: la muerte de esa muchacha es el fin de su sueño; nunca abandonará Tánger ni Marruecos.
El sueño de Malika conserva el aroma de la infancia. Le ha costado que sus padres la dejaran asistir al colegio Ibn Batuta de Tánger, adonde solía dirigirse andando y llegar tarde. Podía ir en autobús, pero no tenía dinero para el billete. Andaba con paso ligero, la cabeza algo gacha. De camino a la escuela pensaba en tantas cosas que acababa por perderse. Sus pasos la encaminaban al bulevar Pasteur, donde está el "mirador de los holgazanes" y desde donde se divisa el puerto y, si el día es claro, las costas españolas. Se detenía para observar el tráfico marítimo que venía o iba a Algeciras. Y allí se olvidaba del tiempo, para al cabo de un rato preguntar la hora a un transeúnte y echar a correr a clase. Detenerse en este mirador era superior a sus fuerzas. Era la atracción de mar adentro, sin saber muy bien lo que buscaba pero en cualquier caso le encantaba ver a los barcos. Ensueño de muchacha y de muchos jóvenes de esta ciudad. Partir, dejar el humilde y bullicioso barrio conocido como "casas baratas", no pasar más hambre ni frío. Partir y crecer. Malika no lograba sacar buenas notas en clase: no tenía espacio en casa para hacer los deberes ni para repasar las lecciones. A veces incluso salía a la calle y se sentaba bajo el haz luminoso de una farola para estudiar y al poco su padre le hacía entrar en casa a empellones. Su padre es un agricultor de la región de Fahs que se trasladó a la ciudad tras la sequía de 1986. Trabajaba en la construcción por un escaso salario, sin apreciar la importancia de la educación para una muchacha. Una muchacha ha de estar en casa: de momento, que trabaje como sirvienta hasta que encuentre un marido.
A los catorce años, Malika estaba bien desarrollada y su padre la sacó del colegio -de todas formas, decía, tampoco sirve para nada- para que fuera a limpiar gambas a la empresa marisquera Klaas Puul como su compañera de clase Achoucha, su vecina Hafsa, su prima Fatima y cientos de muchachas de su mismo barrio. Se trata de una factoría propiedad de una empresa holandesa que al parecer se ha asociado con un empresario kuwaití. Los camiones llevan hasta allí toneladas de gambas pescadas en Tailandia que luego se tratan en Holanda para conserva. Numerosas manecitas de delgados dedos las esperan en la factoría para limpiarlas. De allí parten a otros destinos donde serán enlatadas o bien se distribuirán directamente en el mercado holandés. Según informa un agente portuario, las jóvenes cobran diez dirhams por kilo limpio (es decir, algo menos de un euro). Aun poniendo el máximo interés en la tarea, son pocas las que pasan de los cinco kilos. Malika nunca alcanzó este listón. Solía volver a casa con 30 ó 40 dirhams como máximo, que entregaba a su madre. Sentía frío constantemente y sus dedos habían perdido casi toda la sensibilidad.
En la fábrica, echaba de menos las horas de clase, el rato que iba a mirar el mar desde el "mirador de los holgazanes". Durante el trabajo no levantaba la cabeza, sin cesar de repetir los mismos gestos mecánicos ni perder un segundo. Al llegar andando a casa no tenía ganas de nada y, al pasar junto a su colegio, pensaba en lo que habría podido ser. Pero su sueño, el sueño de salir, de trabajar y ganar su propio dinero se había convertido en algo irrisorio. Le dolía la espalda y sus dedos habían acabado por parecer gambas sin su caparazón. Se le habían estropeado, adquiriendo una tonalidad rosácea.
Malika supo pronto que no permanecería mucho tiempo en la fábrica. Hay muchachas que se marchan al cabo de seis meses con eczema en los dedos y algunas cogen una pulmonía. Al ver a Malika enferma y débil, su hermana mayor Zaineb se la llevó a su casa para cuidarla. Pero Malika no había renunciado a su sueño -que nunca se atrevía a mencionar-, que atesoraba en su corazón: partir a España. Subir un día al barco de la línea de Algeciras o Tarifa para trabajar en España, en unos grandes almacenes, en una peluquería o incluso -eso sí que no podía siquiera imaginárselo- como modelo, llevando bellos vestidos de tonos diversos bajo los flashes de los fotógrafos. En una palabra, lucir su belleza. Soñar es dar rienda suelta a la imaginación. Esperaba cumplir 18 años para tramitar el pasaporte aunque tal vez, como tantas otras, no esperará: cruzará el Estrecho en una patera o escondida en la caja de un camión de gambas.
El marido de su hermana es un pescador barbudo que no perdona ni una sola de las plegarias cotidianas. En la factoría, al limpiar las gambas, ella vestía un pañuelo en la cabeza como medida de higiene. Ahora sigue cubriéndose la cabeza para no disgustar a su cuñado, para hacer como su hermana y, en definitiva, para no tener líos. Ayuda a su hermana en las tareas domésticas, cuida a sus hijos y conserva su sueño en lo más recóndito de su corazón. Al pescador no le caen muy simpáticos los españoles. Dice que son racistas, desprecian a los "moros" y esquilman el litoral marroquí pescando con redes antirreglamentarias. Nunca ha estado en España, pero sostiene los mismos puntos de vista que su hermano, que trabaja en El Ejido, donde se persiguió a inmigrantes marroquíes hace tres años.
Malika mira la televisión por las noches. Mediante una tarjeta pirateada se pueden ver cientos de canales extranjeros. En uno de ellos pudo ver la matanza del 11-M en Madrid. Trenes despanzurrados, cuerpos despedazados, miembros humanos esparcidos por doquier, humo, ceniza, lágrimas y mucha sangre. Al día siguiente, la televisión marroquí informó de que entre las víctimas figuraban marroquíes y, sobre todo, una muchacha de 14 años llamada Sana.
Malika no podía detener el llanto. Lloraba por esta muchacha que no conocía, con lágrimas calientes; sollozaba como si se tratara de un miembro de su propia familia. No sabía nada de ella, sólo que viajaba en uno de los trenes donde los terroristas habían depositado sus bombas. No era la misma: algo superior a ella misma la atormentaba hasta el punto de perder el apetito o de hacer cualquier cosa.
La muerte de esa muchacha era el fin de su sueño. Nunca abandonará Tánger ni Marruecos. Nunca subirá a ese barco que cubre el trayecto entre Tánger y Algeciras. Esa muchacha de la que hablaban todos los medios de comunicación era ella, era Malika en otra vida, en una vida futura, una joven marroquí que había ido a trabajar a España o, siendo más preciso, que había acompañado a sus padres inmigrados a suelo español. Sana, fallecida víctima de acto terrorista. Sana, asesinada por quienes ponen bombas; uno de ellos, de Tánger, llamado Jamal Zougam. ¿Por qué hizo eso? Malika no paraba de hacerse esta pregunta hasta no saber ya qué se decía. Los marroquíes de Tánger y de otras ciudades están conmocionados.
La propia Malika está de duelo. Está decidida a hacer algo, sobre todo al saber que la mayoría de los terroristas procedían de Tánger. ¿Cómo puede detenerse este horror? ¿Cómo puede recobrarse la paz? Es demasiado joven y carente de recursos como para acometer cualquier iniciativa. En tales circunstancias, ha cesado de soñar. Piensa menos en su situación que en la de una joven cualquiera sin ocupación específica, presta a cualquier empresa o aventura. La conmoción de los atentados de Madrid es bien visible en los rostros de los habitantes de Tánger. Todos lo dicen: "¡Eso (el terrorismo) no es marroquí!"
Malika también lo cree así. Se ha avejentado en sólo unos días. Ha decidido reanudar sus estudios. Mañana llevará velas a la catedral española de Hasnouna en memoria de las víctimas del 11 de marzo del 2004.
Tahar Ben Jelloun, escritor. Premio Goncourt 1987.
(Publicado en LaVanguardia.es)
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